Capítulo 4: Ojalá se pudiese elegir a la familia

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Reissel

—Pero ¿Cómo vas a decirle eso? ¡Por Dios! —le di un manotazo a mi cama—¡Que idiota!—espeté, indignada.

Eran las ocho de la mañana y lo primero que hice, aun con una terrible resaca, fue abrir el libro que estoy leyendo. Voy en la parte donde el protagonista masculino le dice estupideces a la chica para alejarla de él.

—¡Sabes que no es verdad! —seguí reprochándole a las hojas— No le creas, ¡por Dios!

Esto era una rutina. Antes de ir a desayunar leía al menos un capítulo de la novela para maximizar mi tiempo y no perder el hilo. Por las tardes no tenía el tiempo suficiente para sentarme y leer.

Ahora estaba finalizando el capítulo.

Cerré el libro y lo dejé sobre mi mesita de noche.

La cabeza me dolía horrible, pero no puedo tomar una aspirina sin antes desayunar.

Salí de mi habitación hasta llegar a la cocina, tomé el tarro de café y rellené la cafetera. Llené una taza con agua del grifo y la vertí. Encendí la cafetera y le di su tiempo para que empezara a trabajar.

Eché un vistazo rápido a mi estantería y una punzada de orgullo se movió en mi pecho.

Mis libros y ahora, mi nueva adaptación literaria.

Las mariposas de mi estómago formaron un torbellino. La felicidad ascendía por cada parte de mi cuerpo. El fruto de mi esfuerzo. No todos tienen la oportunidad de hacer real esto, pero yo soy una de las afortunadas de lograr algo que quería. El corazón me estalla en el pecho.

La cafetera sonó al igual que un golpe en mi puerta. Miré el reloj de la pared para asegurarme de la hora. Era muy tarde como para que él siguiera aquí. Alargué la mano para apagar la cafetera y caminé hacia la puerta para abrirla.

Un nudo cerró mi garganta y otro retorció las mariposas de mi estómago.

—Buenos días—el terrible olor de su boca me golpeó la cabeza.

—¿Puedes lavarte los dientes antes de hablarme? —espeté.

—Buenos días, papá, se dice—replicó.

—¿No deberías estar en tu casa?

—Mi casa es la casa de mis hijos —sonrió a medias—. Bueno, de mi única hija.

—Tienes otra familia, deberías de estar desayunando con tus nuevos hijos. —No estaba resentida, era más un sentimiento de rechazo.

—Esos malditos ni me voltean a ver —esbozó una sonrisa sarcástica.

—Será porque ya conocen tus mañas.

—No estoy para discutir con mi adorada hija. Solo necesito un favor.

El estómago se me revolvió y un fuerte malestar se acomodó en mi espalda.

—Ya, pídelo.

—No tengo dinero para regresar a casa, pensé que me podías dar algo de efectivo.

—¿Y contribuir con tu vicio? —mis ojos se clavaron como cuchillos sobre los de él—. Paso.

—Eres muy dura y antipática con tu padre —señaló con su dedo índice—. Soy tu padre sobre todas las cosas y uno como padre lo que merece siempre es respeto. Es lo mínimo que un hijo puede hacer después de darle la vida y criarlos.

—¿Criarlos? —repetí, asqueada—. ¿Tú me criaste a mí?

—Dejar a la vida que críe a los hijos también es un método de enseñanza que solo un padre de verdad puede asumir.

La escritora, el actor y los miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora