Capítulo 15: Evitar una verdad oculta

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Dash

—La tomé de la cintura, pero se apartó en un santiamén para meterme la mano en el bóxer—negó con una sonrisa que le abarcaba toda la cara de idiota.

Le di un sorbo a mi botella de agua y me acomodé sobre la banca abriendo mis piernas y sosteniendo mi brazo izquierdo sobre el respaldar.

—¿No me vas a preguntar qué pasó después? —inquirió con el ceño fruncido.

—Dex, es menor. Solo tiene diecinueve años—le di otro trago a la botella, la cerré y la dejé caer entre mi entrepierna.

—Diecinueve, dos tetas y un madre culo—volteé los ojos y me removí incómodo sobre el asiento.

—Tienes veintidós—le recordé.

—Solo son tres años, genio.

—Es prácticamente una niña.

—Una niña que sabe tocar pelotas y un garrote—llevó su mano a la entrepierna y se tocó sin ninguna vergüenza.

—Apártate si vas a estar de depravado. —Moví mi brazo del espaldar para darle un golpe en la espalda y luego dejar caer mi mano donde se encontraba la otra con la botella.

—¿Pero vas a preguntar o no? —se acomodó sobre el asiento para mirarme fijamente.

—No me jodas, Dexter—moví la cabeza en signo de negación.

No quería saber que sucedió con él y Mel en el camerino de ella. No tenía la conciencia tan podrida para imaginarme a una niña metiéndole la mano al idiota que dice ser mi amigo. No me cabía en la cabeza cómo esa chica, con cara de ángel, podía hacer esas cosas. No la juzgaba, pero estoy realmente sorprendido porque no aparenta ser ese tipo de chica.

—De todas formas, te voy a contar.

—No me jodas la mente.

—¿Yo? ¿Joderte la mente? —soltó una carcajada sarcástica—. Tienes peores escenas con Airy.

—Bueno, son parte de la película—me encogí de hombros—. Es muy diferente a lo que ustedes hacen en el camerino para meterse mano.

—Aún no—esbozó una media sonrisa—. Aun no logro meterle la mano en el...

—¡Ah, coño! —me exasperé en un segundo solo de imaginarlo.

—¡Exacto! En el coño—ensanchó la sonrisa.

—Ya no me jodas—gruñí.

—Bueno, como te decía...—Tomó una mejor postura sobre la banca al apoyar la espalda y subir una pierna sobre el asiento. Apoyó su brazo sobre la rodilla empinada y soltó un suspiro. —Metió la mano en mi bóxer y me toqueteó todo, pero cuando te digo que todo es todo—me miró con los ojos abiertos—. Mis pelotas fueron las primeras en recibir sus caricias, jugueteó con ellas unos momentos y luego me la peló.

—¡Jodas! —exclamé, impaciente.

—¿Me vas a dejar terminar?

—¡Me estás contando en contra de mi voluntad! —espeté con la paciencia fuera de mi cuerpo.

—¡Eres mi amigo! —contraatacó, indignado.

—No jodas, Dex. Sí. Pero eso es abusar.

—¡Abusar fue lo que ella me hizo! — volteé los ojos y negué con la cabeza.

—No sé en qué momento decidí llamarte amigo.

—Porque necesitabas uno, maldito cabrón—espetó con mala cara.

La escritora, el actor y los miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora