Capítulo 7: Tan cerca y a la vez es mejor estar lejos

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Reissel

—Los dos sabemos que está mal, pero aun teniendo la certeza de que de esto solo podemos acabar con el corazón destrozado, intentémoslo una noche más. Si mañana despierto y no estás, entenderé que nuestro destino no es estar juntos.

Me alejé de la laptop y estiré mis brazos para relajar mis músculos. Creo que he escrito dos capítulos sin parar. Miré de reojo la hora en la laptop para confirmar que perdí la noción del tiempo. A veces, cuando escribo me suele entrar el sueño, pero hoy me siento con más energía que de costumbre y creo que es porque mi cabeza aún tiene muchas cosas por pensar, pero tengo trabajo en cinco horas y creo que, si no me acuesto en media hora, llegaré muerta al set.

Me levanté de la silla y salí de mi habitación para ir a la cocina. La botella térmica estaba sobre el desayunador, la dejé ahí desde que llegué a casa. Entré a la cocina y tomé una taza junto a la botella y la abrí. Vertí un poco en el recipiente y lo olfateé. Aún conserva el calor desde que lo preparó Dash y huele a hierbas, no podía esperar otro olor.

Di un sorbo y el agua caliente bajo por mi garganta. No soy fanática a tomar té. Aun así, le estaba dando la oportunidad solo porque alguien más lo preparó para mí.

Quién pensaría que precisamente el tipo irritante iba prepararme un té.

Solté una risita al imaginarlo siguiendo una receta, cortando ramitas y poniendo agua a hervir con el ceño fruncido.

Mi sonrisa se desvaneció de golpe cuando escuché que alguien pasaba por mi apartamento desde el pasillo. El corazón me dio una fuerte punzada y los nervios se movieron por mi pecho. Fue peor cuando noté que los pasos se detuvieron frente a mi puerta.

El nudo de mi estómago se intensificó cuando caminé hacia la puerta en un impulso idiota de valentía.

Cuando llegué a la puerta me puse de puntillas y miré a través de la mirilla. Ceñuda y aún con el corazón acelerado abrí la puerta.

—¿Es que no tienes casa? —abrí la puerta un centímetro solo para asomar mi cabeza mientras detenía la puerta con mi pie y mi mano.

—Y yo ya te he respondido esa pregunta —respondió mi padre con la lengua entumecida.

—Si, pero eso no es motivo para que estes aquí —espeté.

—¿Tienes dinero? —preguntó sin rodeos.

Él sabía a lo que venía y yo también lo sabía a la perfección.

—No tengo dinero —chistó y me miró con mala cara.

—No me mientas, Reissel —me señaló con su dedo índice—. Sé que tu nombre está por los carteles de la ciudad promocionando tu nuevo librito y esa tonta película.

—Vienes a pedirme dinero y todavía te atreves a hablar de forma tan despectiva sobre mi trabajo —el corazón protestó en mi pecho lleno de decepción.

—Un trabajo es tener un puesto en uno de esos edificios que están en la ciudad —espetó y se cruzó de brazos.

—Y me lo dice el hombre que ni si quiera tiene uno.

—No he venido como un hombre, he venido como tu padre y un padre aconseja.

—Mira a qué hora me das tu consejo.

—Deja de ser sarcástica, niña. Soy tu padre y te he dicho que merezco respeto.

—El respeto se gana, padre.

—Los hijos deben de respetar a sus padres por el simple hecho de serlos —soltó un ruido desde el fondo de su garganta—. No hay motivo que justifique una falta de respeto de un hijo.

La escritora, el actor y los miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora