Dash
Cuando tenía dieciséis y estaba en segundo año de bachillerato, formé parte de un grupo de cuatro amigos que éramos inseparables. Los tiempos libres los pasábamos juntos, las comidas siempre estábamos juntos, en educación física siempre éramos nosotros contra todos, en las pruebas en parejas nos turnábamos entre los cuatro, en los trabajos de tres siempre pedíamos que se nos permitiera agregar a uno más, éramos como hermanos separados al nacer. Por la sangre nos corría la misma pasión: el arte.
A Josh le gustaba tocar la guitarra hasta que le salían callos sobre los callos. Flix pasaba horas escribiendo en su cuaderno de literatura todos los versos que tenía en la mente para todos los poemas que escribía. Rew le gustaba bailar e ir al teatro para aprender sobre el ballet, pero sin animarse a inscribirse a la academia de danza por medio a ser señalado. Y a mí, me encantaba la actuación y el cine.
Entre el drama de vida en el que había nacido, actuar era como darle forma a mi vida, tener una doble máscara que podía ponerme y quitarme a la perfección y con facilidad, logrando que mi vida de mierda no pareciera tan complicada.
Meses antes de terminar el instituto y con la promesa de cuatro amigos que nos mantendríamos juntos para cumplir nuestros sueños, sucedió una de las cosas que no deben de suceder a esa inmadura edad: Enamorarse.
Y aunque nunca había sido un problema que las chicas nos llamaran la atención, lo fue cuando hubo otro grupito de amigas idéntico a nosotros, pero con diferentes percepciones.
El primero en caer fue Flix, sus poemas sobre la vida, los sueños y la esperanza fueron reemplazados por versos de amor. En cambio, Josh, aprendió a tocar baladas y empezó a escribir sobre el amor adolescente. Rew, le contó sus miedos a una de las chicas y desde ese momento se volvieron inseparables. Y aunque siempre éramos cuatro con cuatro, yo nunca permití que una carita bonita traspasara mis barreras.
En ese momento me di cuenta que, enamorarse a una edad donde no tienes definido que quieres hacer en tu vida, podía ser una de las erradas decisiones que puedes tomar, porque renuncias a lo que realmente te gusta para dárselo todo a otra persona.
Y algo que jodidamente aprendí desde que conocí la verdad sobre mí, era a elegirme una y mil veces antes que a nadie.
Sin embargo, podía decir esta cantaleta una y mil veces, y ahora dudar al recordarla.
Las puertas del ascensor se abrieron para mostrarme un piso poco iluminado con las farolas que colgaban del techo. Salí antes que las puertas se cerraran en mis narices y avancé sobre el pasillo para llegar a mi apartamento.
Estuve en la casa de Mey hasta que dieron las una de la mañana, Meny divagó un poco más, pero agradeciendo que lo estaba haciendo sobre su vida cuando era adolescente y no sobre la mía. Ahora eran casi las dos de la mañana y estaba a un tropezón de dormir en la sala.
Pasé frente a la puerta de Reissel preguntándome si llegó bien luego del desastre de conversación con Dexter y amenazarlo en que mantuviera la boca cerrada. No quería decir que no confiaba en él, pero estaba muy sensible por su situación con Mel y eso me dejaba con una espina de inquietud, si en un intento desesperado por crear lazos con la chica, él le terminara contando sobre nosotros.
Escuché una puerta abrirse a mi costado y dejé de mover la llave sobre la cerradura de mi puerta para girarme y encontrar a una chica con lentes cuadrados, con el cabello desarreglado y una camiseta que no dejaba a la vista los posibles shorts que usaba.
—¿Dash?
—¿Qué haces despierta a esta hora? —pregunté caminando para llegar hasta donde ella estaba.
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La escritora, el actor y los miedos
RomanceReissel Oviedo es una chica que ve todos los días el lado positivo de lo que pasa a su alrededor. Tiene una mente brillante, un corazón grande y siempre está dispuesta a ayudar. Pero esconde en ella un peso que la hunde todas las noches. La carga so...