Capítulo 13: Los secretos que revelan las miradas

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Dash

Tomé del armario un par de cobijas y una almohada de la cama antes de salir del cuarto. Aproveché para cambiarme por unos pantalones chándal negros y una camiseta blanca sin mangas. Miré mi habitación para asegurarme que estaba decente y olía bien, a canela y a limpio.

Con las cobijas y la almohada que cargaba entre mis manos, salí de mi habitación para encontrar en el sofá a Reissel revisando su celular. No se percató de mi presencia hasta que tiré las cosas que cargaba al otro extremo del sofá.

—He dejado unos pantalones y una camiseta sobre la cama —comenté mientras acomodaba la almohada debajo del reposabrazos.

—Gracias, Dash —se levantó de su lugar y me rodeó para tomar las cobijas.

—¿Qué haces? —tomé el otro extremo de la cobija y nos miramos.

—¿Arreglar el lugar donde voy a dormir? —preguntó insegura y yo fruncí el ceño.

—¿Qué te hizo pensar que te dejaría dormir en el sofá? —tiré suavemente de la cobija para deshacer el agarre de Reissel.

—No quiero abusar.

—No estas abusando en nada —repliqué. Tendí la cobija y la alisé sobre el sofá.

—Te voy a pagar, Dash...

—Mejor ve a dormir —indiqué con un movimiento de cabeza.

—Lo digo en serio —susurró.

—Y yo también —me erguí y la miré—. Ve a la cama y descansa.

—Dash...

Llevé mis manos hasta sus hombros y la forcé a que me mirara con atención.

—Eres muy testaruda cuando estas tomada —sacudí la cabeza y el cabello cayó sobre mi frente—. Olvida lo del dinero o si estás tomando mi espacio, soy yo el que te está diciendo que lo hagas y que no quiero el dinero, ¿entendido?

Y sin previo aviso, su mano tocó mi pelo para deslizarlo entre sus dedos.

—Entendido, capitán —esbozó una sonrisita ebria.

—Vamos —dejé de tomarla por los hombros y le tomé la muñeca para llevarla a mi habitación.

Ella se dejó llevar sin replica y cuando llegamos, se dejó caer sobre la cama.

—¿Necesitas algo más? —pregunté apoyando mi hombro en el marco de la puerta.

—No —miró a su alrededor—. Es lindo—señaló el ventanal que ofrecía un buen vistazo a la ciudad.

—¿Necesitas que cierre los visillos?

—No, quiero dormir con la contaminación lumínica de Roosevelt —empezó a quitarse los zapatos.

—Está bien —tomé el pomo de la puerta—. Si me necesitas estaré en el sofá—señalé a mi costado.

—Buenas noches, Dash —alzó la cabeza y me miró con una expresión de angustia.

¿Debía de preguntar si le pasaba algo?

Ya no más, Dashkem. Ha sido suficiente por hoy.

—Buenas noches, Reissel.

Antes de cerrar la puerta le vi por unos segundo más como le brillaban los ojos ante la oscuridad y la poca iluminación que provenía de la ciudad. Estaba seguro que no se debían al destello de sus ojos cielo azul, había algo más de lo cual no quería preguntar por no querer involucrarme más.

La escritora, el actor y los miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora