Capítulo 25: Ahora me conoces

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Reissel

Abrí los ojos cuando escuché el timbre resonar en mis oídos. Miré un rayo de luz reflejarse por el techo blanco antes de seguir con la mirada de donde provenía. Los visillos estaban ligeramente separados y permitían que la luz entrara con todo su esplendor. Restregué mis ojos con los dedos para enfocar mi vista antes de buscar a ciegas mis gafas en la mesita de noche. Cuando me las puse, vi a Dash acostado boca abajo con un brazo sobre mi torso.

Tenía el cabello desarreglado, la espalda descubierta y la sábana blanca cubriendo la parte inferior de su cuerpo. Suspiré al mirar atentamente su cara, tenía las pestañas largas, una nariz simétrica, los labios rosas y su cutis perfectamente cuidado, una evidencia clara que su trabajo dependía de su apariencia.

¿No debería ser ilegal que exista un hombre tan irracionalmente guapo?

Hasta dormido se miraba ridículamente guapo, aunque tuviese la boca ligeramente abierta.

El timbre sonó nuevamente forzándome a concentrarme en el presente. Con cuidado tomé el brazo de Dash y lo dejé a un costado de su cuerpo por encima de la sábana. Me deslicé por el colchón hasta poner mis pies en el suelo. Cuando me levanté, tomé la camisa de Dash que se encontraba tirada y me la puse. Divisé mi ropa interior sobre la otra mesita de noche que estaba al lado de Dash. De puntillas avancé hasta el mueble, tomé la prenda, metí mis piernas y la subí hasta cubrirme.

Le lancé una mirada rápida antes de salir por la puerta, parecía estar inconsciente, y no lo culpaba, creo que nos dormimos hasta las tres de la mañana practicando a ser buenos jinetes, fue todo un éxito. Con una tonta sonrisa en mis labios salí de la habitación para caminar por el pasillo, la sala y llegar hasta la puerta.

Miré por la mirilla antes de abrirla y me encontré con una señora de tez clara, cabello negro en ondas y de aspecto joven. No lo pensé mucho y quité los seguros para abrir la puerta.

Unos ojos castaños se clavaron en los míos unos instantes antes de recorrer mi cuerpo, en un acto reflejo crucé mis piernas y apoyé una mano delante de mí vientre. Olvidé por unos segundos que solo tenía una camiseta negra, que era lo suficientemente larga para cubrirme hasta la mitad de los muslos, pero de igual manera era demasiado reveladora.

—Buenos días —saludó esbozando una amplia sonrisa.

—Buenos días —respondí un poco desconcertada—. Me disculpo por mi aspecto, no pensé que Dash esperaba visita tan temprano.

—¿Dash? —la sonrisa se le ensanchó aún más—. Descuida, hija —le restó importancia con su mano para luego tenderla a mi dirección—. Soy Meyra, la mamá de Dashkem, tu debes ser la escritora.

Estreché su mano con la mía entre avergonzada y sorprendida a la misma medida. Ella me conocía y yo estaba con poca ropa en la casa de su hijo, no era la forma en que me hubiese gustado conocer a la familia de Dash, pero dadas las circunstancias, solo pensaba que me debía disculpar por la inadecuada presentación.

—Soy Reissel, trabajo con Dash —esbocé una sonrisa tímida—. Disculpe nuevamente, no suelo estar así en la casa de él —mentí cínicamente.

—¿Así como? Hija —me miró de arriba abajo—. No veo el lado malo —sonrió—. Asumo que te he despertado.

—Descuide, tengo el sueño ligero —me hice a un lado para cederle el paso—. Me sentiría avergonzada si se queda en la puerta, ¿le gustaría pasar?

Hizo un gesto con su mano para no darle importancia mientras entraba al apartamento y caminaba hacia el sofá. Cuando tomó asiento en el individual, cerré la puerta y la aseguré antes de caminar hasta donde se encontraba ella.

La escritora, el actor y los miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora