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SADIE SINK
El sonido de las olas y el olor salado del mar aún rondaban en mis recuerdos. Volver a ver a Blair después de un año removió el pasado en mi interior. En cambio, los dolores de cabeza desaparecieron. Ahora no sufría su ida ni la culpabilidad me azotaba tanto como antes. Al contrario. Aunque aún no había salido de su boca, me sentía perdonada por ella. Ahora la necesidad de buscarla y ayudarla aumentaba con cada día que pasaba.
Durante toda la semana, intenté esquivar a Lucas. Sus constantes intentos de hablar conmigo solo me agobiaban más. Necesitaba espacio, necesitaba tiempo para pensar. Sobre todo, no deseaba escuchar otra vez sus advertencias sobre Blair.
Hoy me encontraba en el bosque, el mismo que tenía un significado tan especial para Blair y para mí.
¿Que qué hacía ahí? Eso también me lo podría preguntar yo.
Había pedido a Louis que le entregara una nota a Blair, ya que enviarle un mensaje sería demasiado arriesgado. Al principio, él no estuvo de acuerdo, pero finalmente accedió a ayudarme.
Necesitaba verla, sobre todo ayudarla a salir de la mierda en la que se metió. No fue su culpa desaparecer de nuestras vidas, sino de todos nosotros. Ella se sacrificó y necesitaba ser salvada por alguien.
El tiempo en el bosque pasaba lentamente. Cada minuto que transcurría aumentaba mi ansiedad. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranjas y rosados. No quería estar aquí cuando cayera la noche, pero tampoco quería irme sin verla. Me prometí dar todo de mí para ayudarla. Ella ya sufrió suficiente como para que nadie hiciera algo al respecto. Me daba coraje.
Cansada de esperar, saqué el móvil del bolso y llamé a Louis. Quería asegurarme de que había entregado la nota. Como no respondió, le envié un mensaje. No obstante, por el contrario, Blair pudo no aceptar la quedada.
Me levanté de la roca en la que estaba sentada y comencé a caminar en círculos, tratando de calmar mis nervios. De repente, escuché un crujido de hojas y un sonido de pisadas sobre la hierba. Mi corazón dio un vuelco de esperanza, aunque también de miedo.
―¿Blair? ―llamé con la voz apenas audible por mis nervios.
En cambio, en lugar de Blair, apareció esa persona. Su figura se recortaba contra la luz del atardecer, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
―¿Esperabas a alguien? ―preguntó con un tono de voz que me heló la sangre.
Tragué saliva, tratando de mantener la compostura.
―¿Qué haces aquí? ―indagué con miedo.
Él dio un paso más cerca mientras que yo me alejaba.
―Pensé que ya te había advertido de que te mantuvieras alejada de Blair ―recordó con expresión siniestra y enfadada.
