CAPÍTULO 26.
TE NECESITO.
BLAIR DYER
El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, bañando la ciudad con un tenue color anaranjado. Los primeros rayos deslumbraron mi rostro, lo que provocó que mis ojos se abrieran por la molestia. Solté un bufido al notar el dolor de los músculos y el cansancio de mi organismo.
Sin embargo, enseguida todos mis sentidos se despertaron. No tenía tiempo para descansar, sobre todo cuando hoy era un día decisivo. A pesar de que mis amigos querían ayudarme a salir de esta, la única solución estaba en mis manos.
No iba a permitir que más gente saliera herida.
Con la cabeza dándome vueltas, intenté levantarme y caminar hasta la puerta de la azotea. Iba a cruzarla cuando algo (o más bien alguien) llamó la atención de mis pupilas. Detrás de la pared se veía esa cabellera pelirroja. Sus ojos cerrados y su respiración profunda demostraban su cansancio.
«¿De verdad se había quedado toda la noche a mi lado? ¿Tan preocupada estaba por mí?», me pregunté con sorpresa.
Me acerqué un poco más a ella y me agaché a su lado. No aparté la mirada de ella ni un segundo. Sus facciones y sus pecas seguían siendo una maravilla para mis ojos.
Sadie Sink, como siempre, se quedaba conmigo, a pesar de todo. Mas... ¿por qué rompió conmigo entonces?
Había muchas lagunas que aún provocaban mareos en mi cabeza. Aún dolía pensar que ella pudo reemplazarme para huir del peligro y tener esa vida "normal" que tanto deseaba. No obstante, seguía arriesgándose y estando ahí para los míos.
Las dudas me mataban, sobre todo después de escuchar una conversión que tuvo con Millie ayer por la noche. Mi mente estaba llena de pensamientos confusos y de una ira contenida.
No podía quedarme parada ahora. No cuando todos estaban durmiendo y era el momento adecuado para acabar con todo.
Yo sola.
Una vez que mis manos tocaron el volante de mi coche, aceleré por las calles sin mirar atrás. No tardé en llegar al imponente edifico y plantarme delante de la puerta de su despacho. Con un suspiro de resignación, toqué la puerta con los nudillos.
―Adelante ―se escuchó una voz dentro de la sala.
Con enfado e impotencia, entré en el despacho y cerré la puerta tras de mí. Caminé con firmeza hasta el escritorio de madera, en cuyo sillón se encontraba ese hombre sentado.
―Al fin decides pensar con la cabeza y presentarte ante mí ―habló Bram con mirada fría y calculadora―. Tarde, pero a tiempo. Siempre al límite, como tu padre. ―Esbozó una sonrisa siniestra y victoriosa.