CAPÍTULO 31.
"SHE USED TO BE MINE"
BLAIR DYER
Cuando sentí los brazos de Sadie cerrarse suavemente alrededor de mí, todo mi cuerpo se tensó. No quería dejar que nadie se acercara a mí, y mucho menos ella. Temía que eso derribara mis barreras y me volviera vulnerable. Después de tanto tiempo intentando olvidarla, no podía dejar que Sadie regresara a mi corazón.
Además, como me dijo Bram una vez, en este mundo no podía tener debilidades. Cualquier enemigo podría usarlo en mi contra.
Pero no fui capaz de separarme de ella. La calidez y la familiaridad de su abrazo comenzaron a romper la capa de dureza que había construido alrededor de mí. Podía sentir su corazón latiendo contra mi pecho, y poco a poco, el mío comenzó a acompasarse con el suyo.
Contra mi voluntad, mi cuerpo empezó a ceder. Mis músculos se relajaron y mi respiración se hizo más profunda y pausada. Apreté los ojos, intentando contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Sentía un nudo en la garganta y mi mente se convirtió en un caos de contradicciones. Odiaba la vulnerabilidad que este abrazo despertaba en mí. Sin embargo, al mismo tiempo, me daba esa paz que tanto necesitaba.
Me sorprendía la facilidad que tenía Sadie Sink para tranquilizar a mi organismo. Ella era capaz de controlar mis demonios a pesar de todo el daño causado.
Finalmente, me permití hundirme en el abrazo. Apoyé la cabeza en su hombro y sentí cómo las lágrimas comenzaban a correr por mi rostro. Sentía cómo el torrente de emociones que llevaba demasiado tiempo reprimido se disolvía.
Sadie acarició suavemente mi espalda mientras susurraba palabras de consuelo y apoyo.
―¿Nos sentamos mejor? ―indagó con un tono dulce y preocupado―. Si quieres, permanecemos en silencio para que escuches la preciosa melodía de las olas.
Asentí sin decir nada, y ambas nos acercamos un poco más a la orilla, sentándonos de nuevo en la fría arena de la playa. El sonido de las olas y de la brisa marina acompañaba a nuestro silencio de palabras. Sadie cumplió con su trato, ayudando a relajar aún más mis músculos.
―¿Estás algo mejor? ―preguntó tras un largo rato.
Intenté desviar la mirada, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se apretaba aún más. Asentí lentamente, aunque no estaba segura de si realmente lo estaba.
―¿Y tú? ―pregunté cuando recordé su estado durante la pelea―. ¿Estás bien? ―inquirí con preocupación y me atreví a mirarla.
La mejor forma de conocer la verdad era observando a esa persona. No obstante, quizá era una excusa para contemplar su bello rostro, el cual estaba iluminado por la luna.