CAPITULO 3
BESAME YA
BLAIR DYER
Abrí un ojo al sentir un rayo de sol chocar contra mi cara. Refunfuñé y abracé aún más a Sadie, quien se encontraba durmiendo plácidamente de espaldas a mí. Aún adormilada, inspeccioné un poco la habitación y me percaté de que su compañera no se encontraba en la estancia.
Volví a mirar a Sadie y una sonrisa tonta se dibujó en mi rostro. Decidí acercar mis labios a sus mejillas para darle sucesivos besos, los cuales la despertaron, tal y como planeaba. Ella me miro un poco de reojo y sonrió, aunque luego volvió a cerrar los ojos.
—A despertar, dormilona —susurré en su oído y volví a besar su mejilla para luego volver a abrazarla por la espalda.
—¿Y si nos quedamos un poco más así? —murmuró con la voz algo ronca.
—¿Desde cuando Sadie Sink quiere quedarse en la cama? —cuestioné con los ojos cerrados y mi cuerpo pegado al suyo en un solo abrazo.
—Desde que tú estás también en ella.
—No sé si decirte qué mona o qué sexy —manifesté, haciéndola reír.
—¿Ya volviste a levantarte con las hormonas revolucionadas? —cuestionó y se dio la vuelta para quedar cara a cara conmigo.
—Eso siempre, pelirroja —esbocé una sonrisa ladeada—. Pero fue usted quien dijo que le gustaba estar conmigo en la cama.
—Pero no dije cómo, malpensada —rio.
—¿Y cómo sería? Abrazadas, supongo —sonreí, aunque enseguida convertir esa sonrisa en una pillina y me acerqué a sus labios, rozándolos—. O quizá besándonos hasta que nuestras respiraciones estén totalmente agitadas —susurré, causándole escalofríos, y me dirigí a su oído para seguir con mi discurso—: con los labios tan lastimados por tantos besos y mordidas —le mordí el lóbulo de la oreja y me alejé un poco para contemplar su rostro, cuyos ojos estaban cerrados—, aunque, a pesar del dolor, no pararía de besarte.
—¿Y por qué no lo estás haciendo ya? —preguntó en un susurro.
—Porque prefiero dejarte con las ganas —amplíe mi sonrisa y empecé a acariciar su cintura por debajo de la camiseta, causándole escalofríos.
—Qué mala eres, Blair Dyer —murmuró cerca de mis labios.
—¿Ah, sí? —alcé una ceja—. Me encanta serlo —sonreí—, sobre todo jugar con mis dedos ahí abajo —susurré de nuevo en su oído, permitiéndome escuchar cómo tragaba saliva.