Capítulo 1: Espejismos de Perfección

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El sol apenas comenzaba a iluminar los altos edificios del distrito financiero cuando Sergio Pérez ya estaba en su oficina, organizada y decorada con una sobriedad que contrastaba con su naturaleza cálida. Era un espacio pequeño pero funcional, justo al lado del despacho de Max Verstappen, el CEO de Verstappen Enterprises. Sergio había llegado a la empresa hace poco más de un año, y desde entonces, se había convertido en la mano derecha de Max, manejando con precisión cada detalle que su jefe demandaba.

Sergio era un omega de estatura baja, con un cuerpo delicado pero esculpido con curvas definidas y atractivas que resaltaban bajo la ropa bien ajustada que usaba. Su cabello rizado caía con gracia sobre sus hombros, cada hebra de un marrón cálido y brillante que parecía haber sido acariciado por el sol. Su piel, suave y dorada, tenía un toque de melocotón que complementaba perfectamente su aroma natural, una dulce mezcla de champagne y frutas que envolvía el aire a su alrededor de una manera casi embriagadora, a pesar de todo eso atributos, Sergio era un omega soltero desde hace mucho tiempo, que anhelaba el alfa perfecto todas las noches.

Mientras revisaba los documentos que había preparado para la reunión de la mañana, Sergio no podía evitar sentirse un poco ansioso. Cada vez que Max lo llamaba, su corazón latía un poco más rápido, una reacción que odiaba pero que no podía controlar. Sabía que su jefe, con su imponente presencia y su carácter dominante, jamás se fijaría en él como algo más que un empleado. Aun así, Sergio se encontró atrapado en un ciclo interminable de tratar de impresionarlo, de ser perfecto en todo lo que hacía, con la esperanza, aunque fuera pequeña, de captar una fracción de la atención de Max.

Max Verstappen, un alfa en todo el sentido de la palabra, era alto y de tez robusta. Su figura era imponente, con hombros anchos y una puerta que destilaba autoridad y poder. Su cabello, de un rubio oscuro, siempre estaba perfectamente peinado hacia atrás, dando un aspecto pulcro y disciplinado que reflejaba su personalidad. Sus ojos azules, fríos como el hielo, raramente mostraban emoción, y su rostro, de rasgos fuertes y cincelados, rara vez se suavizaba con una sonrisa. Max no necesitaba hablar para que la gente supiera quién mandaba; su mera presencia en una habitación era suficiente para que todos se alinearan a sus expectativas.

Ese día, Max llegó a la oficina como de costumbre, con un andar firme y seguro que resonaba en el suelo de mármol. Vestía un traje oscuro que acentuaba su figura atlética, y el aroma a whisky y pino que emanaba de él llenaba el aire, marcando su territorio sin necesidad de palabras. Sergio se levantó de inmediato, sujetando una carpeta con los documentos que había preparado meticulosamente la noche anterior.

—Señor Verstappen —saludó Sergio, su voz un poco más alta de lo necesario debido a los nervios.

Max se acercó apenas con la cabeza, tomando la carpeta de las manos de Sergio sin hacer contacto visual. Abrió la carpeta y comenzó a leer en silencio, mientras Sergio esperaba, observando cada uno de sus movimientos con anticipación. Los minutos pasaron, y Max siguió pasando las páginas, su rostro imperturbable. Cuando finalmente cerró la carpeta, Sergio sintió una mezcla de esperanza y temor.

—Esto servirá —fue todo lo que Max dijo antes de dirigirse a su oficina, dejando a Sergio con una sensación de vacío.

Sergio se quedó quieto por un momento, procesando la reacción de Max. Había pasado horas trabajando en esos documentos, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto, que cada palabra estuviera bien elegida. Esperaba, tal vez de manera ilusa, que Max reconociera su esfuerzo, que al menos lo mirara y le dijera que había hecho un buen trabajo. Pero como siempre, Max solo vio el resultado, no el trabajo detrás de él.

—¿Todo bien? —La voz de Yuki lo sacó de sus pensamientos.

Yuki, un beta que trabajaba en el departamento de finanzas, era el mejor amigo de Sergio en la empresa. Tenía un carácter vivaz y una sonrisa perpetua que lo hacía destacar entre el resto del personal, que a menudo se sentía intimidado por el ambiente austero de la oficina.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora