Capítulo 19: Un Nuevo Comienzo

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Sergio abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz suave que entraba por la ventana de la habitación del hospital. A su lado, Max lo observaba con una mezcla de alivio y preocupación. Sergio aún estaba débil, pero cada día que pasaba, su fuerza regresaba poco a poco. Los médicos le habían dado de alta esa mañana, después de semanas de recuperación intensiva. El bebé, milagrosamente, había sobrevivido al ataque de Jos, y aunque el embarazo había quedado clasificado como de alto riesgo, los doctores estaban optimistas.

Max estaba firme a su lado, como lo había estado durante cada minuto desde que lo habían encontrado en aquella cabaña. Sergio nunca había sentido tanto amor, ni tanta gratitud por su alfa, pero también sabía que el camino que tenían por delante no sería fácil. Su cuerpo seguía débil, y el dolor de la herida en su vientre era constante. Sin embargo, la idea de volver a casa con Max, de volver a su vida juntos y concentrarse en el bebé, lo llenaba de esperanza.

Cuando Max se acercó al escritorio para firmar el alta médica, notó un detalle en los papeles. Su mirada se detuvo en la sección que indicaba el nombre del paciente: Sergio Pérez. Max frunció el ceño levemente, sorprendido. En medio de todo el caos y el dolor, no se había dado cuenta de que Sergio no llevaba su apellido. Su omega seguía siendo Pérez, no un Verstappen. Aquel pequeño detalle removió algo en su interior. No le gustó, Sergio debería ser suyo en todos los sentidos. No solo quería que Sergio fuera su omega en espíritu, sino que quería que lo fuera legalmente, de manera formal.

Con el bolígrafo aún en la mano, una idea comenzó a formarse en su mente. Max firmó el alta médica y dejó el bolígrafo a un lado, su mirada suave se posó en Sergio, quien lo observaba desde la cama, algo adormilado pero con una sonrisa tranquila.

—¿Qué pasa? —preguntó Sergio, notando el cambio en la expresión de Max.

Max se acercó y se sentó a su lado, tomando su mano con cuidado, consciente de lo frágil que aún estaba su omega. Acarició suavemente sus dedos, el gesto lleno de cariño y ternura.

—Nada grave —respondió Max con una sonrisa suave—. Solo me di cuenta de algo. Te he fallado en una cosa, Sergio. Aún no llevas mi apellido.

Sergio lo miró con sorpresa, sus ojos se abrieron ligeramente, pero antes de que pudiera decir algo, Max se inclinó y besó su frente.

—Y quiero cambiar eso —continuó Max, su voz baja pero firme—. Tan pronto como estés listo, quiero que te cases conmigo. Quiero que seas oficialmente un Verstappen, no solo en espíritu, sino en todo sentido. Quiero que seas mío legalmente.

Las palabras de Max resonaron en la habitación, llenando a Sergio de una calidez inesperada. No se lo esperaba, no tan pronto. Pero la idea de pertenecer a Max, de llevar su apellido, y de que el bebé también lo hiciera, lo llenó de emoción.

—¿Estás seguro? —preguntó Sergio, su voz apenas un susurro—. Después de todo lo que ha pasado...

—Estoy más seguro que nunca —afirmó Max, tomando su rostro entre sus manos—. Te amo, Sergio. A ti y a nuestro bebé. Quiero que seamos una familia en todo sentido. Quiero que estés conmigo para siempre.

Sergio no pudo evitar que las lágrimas se agolparan en sus ojos, pero esta vez eran lágrimas de felicidad, no de dolor. Asintió, sintiendo el amor de Max envolviéndolo por completo.

—Sí, Max —dijo con una sonrisa temblorosa—. Quiero casarme contigo.

Max sonrió ampliamente, inclinándose para besar sus labios suavemente, con todo el amor y la devoción que sentía por su omega. Aquella promesa sellaba el inicio de una nueva etapa para ambos, una que dejaría atrás el dolor y traería consigo esperanza y felicidad.

De vuelta en casa, la vida comenzó a recuperar su ritmo. Sergio, aunque aún débil, estaba de buen ánimo. Los primeros meses después de su alta fueron complicados; la herida en su vientre cicatrizaba lentamente y, aunque había logrado estabilizarse, el embarazo seguía siendo monitoreado de cerca por los médicos. Cada día, Max lo acompañaba a las citas médicas, asegurándose de que no faltara nada.

Los preparativos para la llegada del bebé se convirtieron en el enfoque principal de sus vidas. Habían contratado a un equipo médico especializado para asegurarse de que Sergio recibiera todos los cuidados necesarios, y Max no escatimaba en esfuerzos para que todo estuviera perfecto. Habían decorado la habitación del bebé en tonos suaves, con una cuna elegante y una silla mecedora en la que Sergio solía sentarse, acariciando su vientre cada noche antes de dormir.

—¿Crees que estará bien? —preguntaba Sergio, su mano descansando sobre su creciente barriga mientras Max lo abrazaba por detrás, acariciando su abdomen junto a él.

—Claro que sí —respondía Max siempre, con una sonrisa tranquila—. Nuestro bebé es fuerte. Al igual que tú.

El embarazo avanzaba con altibajos. Hubo noches en las que el dolor en su vientre era insoportable, y Sergio despertaba a Max con lágrimas en los ojos, preocupado por el bienestar del bebé. Sin embargo, cada vez que acudían al médico, recibían la misma respuesta: todo estaba bajo control. El pequeño ser que crecía en su interior estaba sano, a pesar de todo lo que había pasado.

Cuando faltaban dos meses para la fecha de parto, Sergio ya tenía un vientre prominente, y el bebé se movía constantemente. Max había empezado a leerle cuentos al bebé antes de dormir, mientras Sergio se recostaba, exhausto pero feliz. Sentir las pataditas en su vientre le daba fuerzas, recordándole que todo lo que habían vivido valía la pena.

—Ya casi está listo —comentó Max una noche, mientras leía en voz alta—. ¿Sientes cómo se mueve? Es como si también estuviera emocionado por llegar.

Sergio sonrió, su mano sobre su vientre, sintiendo el pequeño latido de vida bajo su piel.

—Sí, lo siento. No puedo esperar para conocerlo.

Los días pasaban lentamente, pero también llenos de esperanza. Sergio aún necesitaba descansar mucho, y Max se encargaba de que no se esforzara demasiado. Aunque las cicatrices emocionales de lo que habían vivido aún estaban presentes, ambos se aferraban al futuro que les esperaba. Sabían que todo valdría la pena cuando tuvieran a su bebé en brazos.

El vínculo entre ellos se había fortalecido enormemente, y Max, cada día más enamorado de su omega, no podía esperar para verlo caminar hacia el altar. Sabía que pronto Sergio llevaría su apellido y que estarían unidos para siempre.

—Max —dijo Sergio una tarde, mientras descansaban en el sofá, las manos entrelazadas sobre su vientre—. No puedo creer que estemos aquí. Después de todo... estamos a punto de ser una familia.

Max sonrió, besando su frente con ternura.

—Siempre lo hemos sido, Sergio. Pero ahora, será oficial. Y nuestro bebé va a llegar para completar todo.

Y mientras la fecha del parto se acercaba, Max y Sergio se preparaban, emocionados y ansiosos por el futuro que les esperaba. La vida, después de todo el dolor y el sufrimiento, les había dado una segunda oportunidad. Una oportunidad para ser felices, para ser una familia, y para amarse más de lo que jamás imaginaron.




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El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora