Capítulo 3: El Camino Hacia lo Desconocido

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El reloj marcaba las seis de la mañana cuando Sergio Pérez abrió los ojos. La suave luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas de su apartamento, pintando la habitación en tonos cálidos. Se quedó un momento en la cama, mirando el techo, tratando de reunir el valor para lo que sabía que sería un día difícil. Hoy, después de meses de soportar su amor no correspondido, renunciaría a su trabajo como secretario de Max Verstappen. El solo pensamiento le provocaba una punzada en el pecho. Sabia que Max no le debía nada, no estaba obligado a corresponderle, pero eso no justificaba la falta de tacto y empatía que tenia su muy pronto, ex jefe. Sergio tenía muy claro que su situación actual es meramente su culpa. Él había sido un iluso, viendo oportunidades inexistentes. 

Así que por fin tomaría cartas en el asunto.

Se levantó lentamente, sintiendo el frío del suelo bajo sus pies descalzos. Se dirigió al baño, donde el espejo reflejaba su expresión cansada. Sergio era un omega con un cuerpo esbelto, con curvas suaves que acentuaban su figura. Su cabello rizado, de textura suave, caía en desorden sobre su frente, enmarcando un rostro de facciones delicadas y ojos grandes, llenos de una tristeza que intentaba disimular. Se lavó la cara, tratando de sacudirse el letargo, y comenzó a prepararse para el día.

Su atuendo, cuidadosamente seleccionado, consistía en una camisa blanca y pantalones de vestir oscuros que resaltaban su figura, no era por presumir, pero se le marcaba un buen trasero, hoy buscaba mostrar una fachada de profesionalismo que ocultara la tormenta emocional que se desataba en su interior. No podía permitir que Max viera lo afectado que estaba. No hoy.

Llegó temprano a la oficina, como siempre, aunque hoy sus pasos eran más lentos, como si quisiera prolongar el tiempo antes de enfrentar la realidad. Al entrar en el edificio, el familiar aroma de pino y whisky, la marca distintiva de Max, lo envolvió. Ese aroma que durante tanto tiempo había sido su consuelo, hoy solo le recordaba lo que nunca podría tener.

La oficina estaba en silencio. Era el momento perfecto. Se dirigió directamente a la oficina de Max, tocando la puerta con suavidad antes de entrar. Max, como siempre, estaba sentado detrás de su escritorio, con su imponente figura alfa ocupando la mayor parte de la habitación. Su cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás y sus ojos fríos, de un azul que podía helar el alma, no se apartaron de la pantalla de su computadora cuando Sergio entró.

—Buenos días, Señor Max —dijo Sergio, tratando de mantener su voz firme.

— ¿Qué necesitas, Sergio? —respondió Max, sin levantar la vista. Su tono era indiferente, casi molesto por la interrupción.

Sergio respiró hondo, sacando de su maletín un sobre cuidadosamente sellado. Lo colocó sobre el escritorio de Max y dio un paso atrás.

—Es mi renuncia —dijo, sintiendo cómo su corazón se aceleraba.

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Max finalmente levantó la vista del monitor, mirando el sobre con una ceja arqueada.

—¿Renuncia? —preguntó, su voz carente de emoción.

-Si. Creo que... es lo mejor. —Sergio trató de mantener la compostura, aunque sabía que sus manos temblaban ligeramente.

Max tomó el sobre, lo abrió y leyó rápidamente el contenido. No había una reacción visible en su rostro. Simplemente lo dejó sobre el escritorio y volvió a mirar a Sergio, su expresión aún fría.

—Está bien. ¿Cuándo te vas? —preguntó, su tono igual de indiferente.

Las palabras golpearon a Sergio como un balde de agua fría. Había esperado, en algún rincón oculto de su corazón, que Max mostrara algún tipo de emoción, algo que le indicaría que su partida significaba algo para él. Pero no había nada. Solo una aceptación tranquila, casi como si no importara.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora