El reloj marcaba las tres de la tarde cuando Sergio se levantó de su escritorio, con una decisión firme en su mente. Ya no podía seguir soportando la indiferencia de Max, su constante desdén y la manera en que lo hacía sentir insignificante. Había sido demasiado tiempo, demasiado esfuerzo, y sobre todo, demasiado dolor. Sergio había decidido que ya era suficiente.
Durante toda la mañana, había estado pensando en su situación, repasando una y otra vez las interacciones que había tenido con Max en los últimos días. Los comentarios fríos, la falta de reconocimiento, y la manera en que Max lo trataba como si fuera una simple herramienta, algo útil, pero sin valor real. Cada palabra, cada gesto, se había acumulado en su corazón, y ahora, estaba listo para explotar.
Sergio, con su pequeño cuerpo bien definido y sus curvas suaves que lo hacían ver tan adorable y delicado, se plantó frente a su reflejo en el baño de la oficina. Su cabello rizado y suave caía en mechones perfectos alrededor de su rostro, enmarcando sus grandes ojos marrones llenos de determinación. Se dijo a sí mismo que no permitiría que Max, con su frialdad y arrogancia, siguiera aplastando su espíritu.
Respiró hondo, ajustó su camisa perfectamente planchada y se dirigió hacia la oficina de Max. Mientras caminaba por el pasillo, su aroma característico a melocotón y champagne lo rodeaba, como un recordatorio de quién era él realmente: un omega que merecía amor, cuidado y alguien que lo valorara por completo.
Cuando llegó a la puerta de la oficina de Max, dudó por un segundo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era arriesgado, pero también sabía que no podía seguir viviendo en la sombra de un amor no correspondido. Tocó suavemente la puerta y, tras escuchar el habitual y seco "Adelante" de Max, empujó la puerta y entró.
Max estaba sentado en su escritorio, con la cabeza gacha sobre unos documentos. El aroma a whisky y pino llenaba el aire, una mezcla embriagadora que siempre hacía que el corazón de Sergio latiera un poco más rápido. Max era un alfa imponente, alto y ancho, con una presencia que dominaba cualquier habitación en la que entrara. Su cabello corto y rubio estaba perfectamente peinado, y su mirada azul, fría como el hielo, se levantó para encontrarse con los ojos de Sergio cuando este cerró la puerta detrás de él.
—¿Qué necesitas, Pérez? —preguntó Max, con su habitual tono distante.
Sergio sintió que su corazón se aceleraba. No era por miedo, sino por la adrenalina que corría por sus venas. Sabía que este era el momento. Tenía que ser valiente.
—Señor Verstappen, me gustaría hablar con usted —dijo Sergio, su voz suave pero firme.
Max levantó una ceja, claramente intrigado por el tono serio de Sergio.
—Habla —respondió, dejando a un lado los papeles.
Sergio se acercó lentamente al escritorio, sus pasos resonando en el silencio de la oficina. Podía sentir la mirada penetrante de Max sobre él, evaluándolo, juzgándolo. Pero esta vez, Sergio no se dejó intimidar. Llegó al borde del escritorio y se detuvo, mirando a Max directamente a los ojos.
—Quiero ser honesto con usted, Max —comenzó Sergio, usando su nombre de pila por primera vez desde que trabajaba allí. Max frunció el ceño, sorprendido, pero no interrumpió. —He trabajado aquí por mucho tiempo, y durante ese tiempo, he hecho todo lo posible para ser el mejor secretario, el mejor empleado... y lo mejor para usted. Pero no puedo seguir ignorando lo que siento.
Max lo miró con una expresión que Sergio no pudo descifrar del todo. Podía ver cómo los músculos de la mandíbula de Max se tensaban, pero no dijo nada.
—Estoy enamorado de usted, Max —continuó Sergio, sintiendo cómo su corazón se aceleraba con cada palabra. —Lo he estado durante mucho tiempo. He intentado ocultarlo, pero no puedo más. Pensé que si trabajaba lo suficientemente duro, si era lo suficientemente bueno, tal vez algún día usted se daría cuenta. Pero ya no puedo seguir así.
Max permaneció en silencio durante un largo momento, sus ojos azules fijos en los de Sergio. La tensión en la habitación era palpable, y Sergio sintió como si el tiempo se hubiera detenido.
Finalmente, Max habló, su voz tan fría como siempre.
—Pérez, no puedo decir que esté sorprendido por esto —dijo, con una nota de desdén en su voz. —He notado cómo me miras, cómo intentas agradarme. Pero déjame ser claro: no estoy interesado en omegas. Menos aún en un empleado que debería estar enfocado en su trabajo, no en fantasías románticas. El trabajo es lo más importante para mí, y no tengo tiempo para estas distracciones infantiles.
Las palabras de Max cayeron como un balde de agua fría sobre Sergio. Sabía que la respuesta de Max no sería la que él deseaba, pero no estaba preparado para la dureza de sus palabras, para el rechazo tan frío y directo.
Sergio sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Había esperado, en lo más profundo de su corazón, que tal vez hubiera alguna pequeña posibilidad de que Max pudiera sentir algo por él, pero esas esperanzas se rompieron en mil pedazos con cada palabra que Max pronunció.
Sin decir una palabra más, Sergio asintió lentamente, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos. No quería llorar frente a Max. No quería darle la satisfacción de verlo derrumbarse.
—Entendido, señor Verstappen —dijo, su voz apenas un susurro. Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta, sus pasos pesados y su corazón hecho trizas.
Max no dijo nada mientras Sergio salía de la oficina. Simplemente volvió a sus documentos, como si la confesión de Sergio no hubiera sido más que un leve inconveniente en su día.
Sergio caminó rápidamente por los pasillos de la oficina, sin mirar a nadie. No podía permitirse derrumbarse allí. No aún. Sabía que si lo hacía, no podría detenerse.
Llegó a su escritorio, recogió sus cosas apresuradamente y salió del edificio, ignorando a Yuki, que intentó detenerlo para preguntarle qué pasaba. Sergio no podía hablar en ese momento. Solo quería alejarse, tan rápido como fuera posible.
El camino a casa fue un borrón. No recordaba haber tomado el autobús, ni haber subido las escaleras hasta su apartamento. Solo sabía que, de alguna manera, había llegado a su cama, donde finalmente dejó salir las lágrimas que había estado conteniendo.
Lloró hasta quedarse sin aliento, hasta que sus ojos se hincharon y su pecho dolió. Pero a medida que las lágrimas se secaban, una nueva resolución comenzó a formarse en su corazón. Ya no podía seguir así. No podía seguir persiguiendo un amor que nunca sería correspondido, haciéndose daño una y otra vez.
Esa noche, mientras la luna brillaba débilmente a través de las cortinas, Sergio tomó una decisión. Era un buen omega, un omega valioso que merecía un alfa que lo amara de verdad. Un alfa que lo cortejara, que lo mirara con adoración y que lo valorara por lo que era.
Vivía en una sociedad en donde gracias a cientos de omegas valientes que habían alzado su voz frente a alfas violentos que estaban en la cúspide de la pirámide social, ahora los omegas tenían más derechos de los que anteriormente solo podían soñar. Los omegas son fuertes e imprescindibles para la sociedad, merecían ser cuidados, respetados y amados por los alfas. Eso es lo que Sergio quería, le gustaba la libertad, trabajar, la independencia que gozaba, pero también queria ser un esposo devoto y la mejor madre, anhelaba un alfa para adueñarse de toda su ropa y hacer un hermoso nido, en donde se recostarían, compartirian pequeñas caricias y en un futuro se uniría un pequeño cachorro, luego otro y otro.
Max Verstappen no era ese alfa. Y Sergio no iba a seguir permitiendo que lo hiciera sentir menos.
Al día siguiente, presentaría su renuncia. Cambiaría su vida, encontraría un lugar donde pudiera ser feliz, donde pudiera encontrar a alguien que lo amara de verdad. Porque se lo merecía. Se merecía una gran historia de amor, una en la que él fuera lo más importante, y no solo una sombra en la vida de alguien más.
Con esa determinación en su corazón, Sergio se quedó dormido, abrazado a la idea de un futuro mejor. Un futuro en el que él sería amado y valorado, como siempre había soñado.
ESTÁS LEYENDO
El Anhelo de un Omega
FanfictionSergio Pérez, un omega tímido y dedicado, trabaja como secretario para el poderoso y frío CEO Max Verstappen, un alfa que prioriza el trabajo por encima de todo. Sergio solo quiere a ese alfa. Max aprenderá que uno no sabe lo que tiene hasta que lo...