Especial: Las milkshakes de Checo

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El sol de la tarde iluminaba suavemente la cocina mientras Sergio revolvía con esmero una mezcla espesa de chocolate, sus movimientos fluidos y precisos. Hacía calor, pero el aire fresco que entraba por la ventana abierta y el dulce aroma del cacao derretido lo mantenían en calma. Sergio había pasado el día preparando una sorpresa para Max, queriendo consentirlo después de una larga semana de trabajo.

Aún faltaban dos meses para que diera a luz, y aunque se sentía pesado y a veces agotado, le gustaba hacer cosas pequeñas para demostrarle a Max cuánto lo apreciaba. Max había sido un apoyo incondicional desde el momento en que volvieron a casa. Siempre atento a sus necesidades, cuidándolo con una devoción que hacía que el corazón de Sergio se desbordara de amor.

Esa tarde, había decidido preparar su postre favorito: una tarta de chocolate densa y suave, cubierta con una generosa capa de ganache. Sabía que después de un día lleno de reuniones y negociaciones, Max agradecería llegar a casa y encontrarse con algo hecho especialmente para él. Además, cocinar era una de las pocas cosas que lo hacían sentir más relajado en medio de todo el estrés del embarazo.

Con el vientre prominente y una pequeña sonrisa en los labios, Sergio vertió la mezcla en el molde y lo llevó con cuidado al horno. El bebé, siempre activo en las últimas semanas, parecía moverse más cuando él estaba en la cocina, tal vez respondiendo al calor o al olor a chocolate.

—¿Te gusta esto, pequeño? —murmuró Sergio mientras se acariciaba el vientre—. Cuando nazcas, te haré probar todo lo que cocino para papá. Seguro que también te gustará.

El bebé dio una pequeña patadita en respuesta, y Sergio sonrió, sintiendo una calidez que le llenaba el pecho. Aunque el embarazo había sido difícil en algunos momentos, saber que el bebé estaba sano y fuerte le daba una tranquilidad inmensa.

Mientras esperaba que el pastel se horneara, Sergio preparó la mesa con esmero. Colocó platos, tazas y un jarrón con flores frescas en el centro. Quería que el momento fuera especial, un pequeño respiro para ambos en medio de la vorágine de sus vidas.

Poco después, el sonido de la puerta principal abriéndose resonó en la casa, y Sergio se giró con una sonrisa en el rostro.

—¡Alfa, ya estás en casa! —dijo, levantando la voz lo suficiente para que lo escuchara desde la entrada.

Max entró en la cocina, luciendo cansado pero con una sonrisa en cuanto vio a su omega esperándolo. Llevaba el saco de su traje sobre el brazo y el nudo de la corbata ligeramente aflojado, dándole un aspecto más relajado.

—Omega —saludó Max mientras se acercaba a él rápidamente—. ¿Cómo te sientes hoy? ¿Estás bien?

Sergio asintió con una sonrisa dulce mientras Max se inclinaba y le daba un beso suave en los labios. Luego, como era costumbre desde hacía semanas, Max se agachó para besar su vientre, dándole un pequeño saludo al bebé que estaba por llegar.

—Estamos bien —respondió Sergio, acariciando la cabeza de Max mientras sentía el cálido beso en su vientre—. Y hoy quería hacer algo especial para ti. He hecho tu postre favorito.

Los ojos de Max brillaron con sorpresa y gratitud al oír eso. No había esperado que Sergio se esforzara tanto después de todo el día, pero conocía a su omega lo suficiente para saber que le encantaba hacerlo feliz.

—No tenías que molestarte, amor —dijo Max, incorporándose y tomando el rostro de Sergio entre sus manos—. Tú ya haces suficiente cuidándote a ti y a nuestro bebé.

—Lo sé, pero me gusta consentir a mi alfa —respondió Sergio con una sonrisa traviesa—. Además, te mereces esto y más después de todo lo que haces por nosotros.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora