Capítulo 5: Destinos Paralelos

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Había pasado poco más de un mes desde que Sergio había dejado atrás su trabajo en la empresa de Max Verstappen, y su vida había dado un giro inesperado hacia la tranquilidad. En el pequeño y acogedor apartamento que ahora llamaba hogar, Sergio había encontrado un refugio que le permitía sanar las heridas de su pasado. Cada rincón de su nuevo hogar hablaba de la paz que había logrado encontrar en la sencillez, algo que nunca había experimentado mientras trabajaba para Max.

Las mañanas de Sergio comenzaban con un ritual que le había proporcionado un equilibrio mental y físico: el yoga. Había descubierto esta práctica poco después de dejar su trabajo, cuando decidió que necesitaba algo que le ayudara a reconectar con su cuerpo y su mente. A través de movimientos lentos y controlados, Sergio encontraba una calma interior que lo llenaba de una satisfacción desconocida para él. Cada estiramiento, cada postura le permitía dejar atrás los restos del estrés acumulado, y sentir cómo su cuerpo se fortalecía, al igual que su espíritu.

Después de su práctica de yoga, Sergio dedicaba una hora a cuidar su pequeño huerto. No era mucho, solo unas cuantas macetas en el balcón, pero para él, se había convertido en un símbolo de su nueva vida. Había plantado hierbas como albahaca, menta, y romero, y algunas verduras como tomates cherry y zanahorias. Le gustaba ver cómo cada día las plantas crecían un poco más, cómo las hojas verdes y saludables se extendían hacia la luz del sol. Había algo profundamente satisfactorio en cuidar de algo vivo, en ver los frutos de su trabajo y dedicación.

—Mira qué bien están creciendo —murmuraba a menudo mientras regaba las plantas con cuidado, una sonrisa suave en su rostro—. Están fuertes, igual que yo.

En las tardes, Sergio se sumergía en una nueva afición que había descubierto: el tejido. Había comenzado con lo básico, pero pronto se encontró disfrutando tanto de la actividad que empezó a tejer bufandas, gorros, y hasta guantes. Su primera bufanda, aunque imperfecta, había sido un regalo para Gabriel, quien la había aceptado con una sonrisa cálida que hizo que el corazón de Sergio se sintiera ligero. La bufanda era de un azul profundo, el color favorito de Gabriel, y cada punto tejido llevaba consigo una pequeña parte del cariño que Sergio sentía por su amigo.

Gabriel había entrado en la vida de Sergio como una brisa fresca en un día caluroso. Desde aquel primer encuentro en el parque, los dos habían desarrollado una amistad que se había convertido en una parte esencial de la nueva vida de Sergio. Gabriel, con su cabello castaño claro y su olor reconfortante a madera y flores, era el tipo de persona que hacía que uno se sintiera instantáneamente a gusto. Había una suavidad en su voz, una calidez en su mirada que contrastaba enormemente con la frialdad que Sergio había experimentado durante tanto tiempo bajo la supervisión de Max.

Habían pasado muchas tardes juntos, caminando por el parque, explorando pequeñas cafeterías en la ciudad, o simplemente sentados en el sofá de Sergio, hablando de la vida. Sergio había aprendido mucho sobre Gabriel en ese tiempo. Había descubierto que, como alfa, Gabriel había enfrentado el rechazo de su familia por amar a otros alfas. Esta revelación había sido un punto de conexión profundo entre ellos, algo que fortaleció aún más su amistad.

—Mis padres nunca lo entendieron —le había confesado Gabriel una tarde, mientras paseaban por un sendero rodeado de árboles—. Para ellos, un alfa que no sigue el camino tradicional, que no se empareja con un omega, es una vergüenza. Pero yo nunca me avergoncé de quien soy. Solo deseo que ellos pudieran verlo también.

Sergio había sentido un profundo dolor en el pecho al escuchar esas palabras. Conocía bien la sensación de no ser aceptado por quien era, aunque sus experiencias habían sido diferentes. Gabriel había sido fuerte para enfrentarse a su familia, para mantenerse fiel a sus sentimientos a pesar del dolor. Sergio lo admiraba por eso.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora