Capítulo 11: Reflejos Oscuros

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Max estaba en su despacho, con las cortinas semi cerradas, permitiendo que la tenue luz del amanecer apenas iluminara la habitación. Mientras se recostaba en su silla de cuero, sus pensamientos volvían una y otra vez al celo de Sergio. Las imágenes de su omega rogándole, suplicándole por su nudo, se repetían en su mente como un bucle interminable. Podía sentir el calor de Sergio, el temblor de su cuerpo bajo sus manos, y el sabor de sus besos que aún permanecía en sus labios.

Max sabía que no era un buen hombre. Nunca lo había sido, y no tenía intención alguna de cambiar. El concepto de bondad era algo abstracto para él, un ideal que solo servía para debilitar a quienes intentaban alcanzarlo. En su mundo, un mundo lleno de ambición, poder y supervivencia, ser el héroe significaba ser débil. Y él, definitivamente, no era un héroe. En un mundo de héroes, él era el villano. Y lo aceptaba con orgullo.

Su mente regresó al momento en que vio por primera vez a Sergio. Desde ese primer encuentro, había sentido una atracción innegable, pero su ego y su deseo de control lo cegaron ante lo que realmente significaba. Ahora, con el omega finalmente bajo su dominio, no se arrepentía de los métodos que había utilizado para llegar hasta allí. Su alfa interior había sido claro desde el principio, pero Max, siempre racional, había ignorado esos impulsos hasta que fue demasiado tarde para negarlos. Ahora que tenía a Sergio, no había vuelta atrás. Y si alguien intentaba arrebatarle lo que era suyo, no dudaría en destruirlo.

Max cerró los ojos, dejándose llevar por un recuerdo enterrado en lo más profundo de su ser. Un recuerdo que preferiría olvidar, pero que lo había moldeado en el hombre que era hoy.

Era un niño pequeño, no más de ocho años. El sonido de los gritos resonaba en la casa. Su madre estaba en el suelo, su rostro hinchado y lleno de moretones. Su padre, Jos, un alfa de imponente presencia, la golpeaba sin piedad, su furia descontrolada llenando el aire con un hedor metálico y amargo. Max, escondido detrás de la puerta, observaba la escena con ojos llenos de terror, incapaz de moverse, incapaz de gritar. Cada golpe resonaba en sus oídos, cada grito de su madre perforaba su corazón.

El último golpe fue el más fuerte. Su madre dejó de gritar. El silencio que siguió fue ensordecedor. Jos se quedó mirando el cuerpo inerte de su esposa por un momento antes de salir de la habitación, dejando atrás a una mujer que una vez fue vibrante y llena de vida, ahora solo un cuerpo sin alma.

Max sintió una mezcla de emociones en ese momento: miedo, odio, impotencia. Ese día, algo dentro de él cambió para siempre. Había aprendido que en este mundo, el poder lo era todo. Su madre había sido débil, y su debilidad la había llevado a la muerte. Jos, por otro lado, era fuerte, implacable, y sobrevivía porque estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantenerse en la cima. Max decidió que seguiría ese ejemplo. Nunca sería débil, nunca permitiría que alguien tuviera poder sobre él.

De vuelta en el presente, Max abrió los ojos, sintiendo la fría calma que lo envolvía cada vez que recordaba ese momento. Había llevado años, pero finalmente había tomado el control de todo. Su padre, el hombre que lo había criado con mano de hierro, había sido sacado del camino. Max se había asegurado de quitarle todo lo que tenía, apoderándose de la empresa que Jos había robado de un amigo en su juventud. "Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón", pensó Max con una sonrisa amarga. No había lugar para la moralidad en su mundo, solo para el poder.

Aunque había aprendido todo de su padre—cómo manipular, cómo engañar, cómo tomar lo que quería sin importar el costo—Max había llegado a una conclusión amarga: Jos había sido un hombre cruel, pero no invencible. Y esa crueldad fue su ruina. Max se había asegurado de que el ciclo no se repitiera. Había tomado todo, y ahora, Sergio era parte de ese todo.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora