Final

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El aire estaba impregnado de una calma inquietante en la casa de Max y Sergio. El embarazo había sido largo y, aunque lleno de amor, también había traído consigo algunas complicaciones. A pesar de las dificultades, ambos habían estado más unidos que nunca, anticipando con ilusión el momento en que finalmente conocerían a su bebé. Esa noche en particular, todo parecía estar en paz. Sergio estaba en la sala, recostado en el sofá con una mano acariciando su enorme vientre mientras Max terminaba algunos asuntos de trabajo en el estudio que tenían en casa.

Pero de repente, Sergio sintió un dolor agudo y un tirón en su abdomen. Al principio pensó que era una contracción más, algo a lo que ya estaba acostumbrado. Sin embargo, cuando el dolor se intensificó y sintió un líquido cálido empapando sus piernas, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.

—Max... —llamó con la voz entrecortada, sus ojos abriéndose de par en par por la sorpresa y el nerviosismo.

Max llegó corriendo, su corazón latiendo con fuerza. Cuando vio la expresión en el rostro de Sergio y la mancha de líquido en el suelo, supe de inmediato lo que pasaba.

—¡El bebé ya viene! —dijo Max, con una mezcla de emoción y pánico.

Rápidamente, llamó al médico mientras ayudaba a Sergio a levantarse. Sergio respiraba con dificultad, agarrándose del brazo de Max mientras una oleada de dolor recorría su cuerpo. Aunque había pasado meses preparándose mentalmente para este momento, ahora que estaba aquí, todo parecía demasiado real.

El camino al hospital fue rápido pero parecía eterno. Max no dejaba de mirar a su omega, preocupado por cada contracción que lo sacudía. Sergio, por su parte, intentaba concentrarse en respirar, recordando las clases que habían tomado para el parto. Max mantuvo su mano firme entrelazada con la de Sergio, susurrándole palabras de ánimo mientras el coche avanzaba por la carretera desierta.

Cuando finalmente llegaron al hospital, un equipo médico los recibió de inmediato. Sergio fue llevado a una sala de parto, mientras Max no se separaba de su lado ni por un segundo. La sala estaba llena de luz, pero el ambiente era tranquilo, el sonido de las máquinas monitoreando a Sergio y al bebé era casi un consuelo para Max, que sentía cómo su corazón latía desbocado por la emoción y el miedo.

El parto no fue sencillo. Sergio luchaba con cada contracción, sudando y jadeando mientras apretaba la mano de Max con fuerza. Los médicos le decían que todo iba bien, que estaba haciendo un gran trabajo, pero Sergio apenas podía escucharlos. Solo el suave murmullo de la voz de Max, que lo alentaba a seguir adelante, lo mantenía centrado.

—Estoy aquí contigo, amor —susurraba Max, acariciando su frente empapada de sudor—. Lo estás haciendo increíble. Ya casi lo tenemos con nosotros.

Las palabras de Max, aunque suaves, tenían un poder reconfortante sobre Sergio. Sabía que, aunque el dolor era insoportable, lo haría por su bebé. Max estaba allí, firme a su lado, y juntos enfrentarían cualquier cosa.

Finalmente, después de horas que se sintieron interminables, los gritos de Sergio se mezclaron con los lloros del bebé recién nacido. Una ola de alivio y emoción recorrió el cuerpo de ambos cuando el sonido del primer llanto del bebé llenó la habitación.

—Es un niño —anunció el médico con una sonrisa, envolviendo al pequeño en una manta antes de entregarlo a Sergio.

Sergio, agotado y con lágrimas en los ojos, apenas podía creerlo. Lo miró por primera vez, con sus pequeños puños apretados y su carita enrojecida, y sintió que su corazón se llenaba de un amor que jamás había experimentado antes. Max, a su lado, no pudo evitar que las lágrimas le rodaran por las mejillas mientras observaba a su hijo por primera vez.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora