Capítulo 16: Peligro

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El sol apenas comenzaba a iluminar la mañana cuando Max caminó por el pasillo principal de su casa, sus pasos firmes resonando sobre el suelo de madera. Su rostro mostraba una mezcla de determinación y preocupación, sentimientos que no podía permitir que Sergio viera. Detrás de él, tres hombres vestidos con trajes oscuros y gafas de sol lo seguían en silencio, proyectando una imagen imponente y disciplinada.

Sergio estaba en la sala de estar, sentado cómodamente en el sofá con una taza de té en las manos, mirando por la ventana con una sonrisa tranquila. Era un día hermoso, perfecto para descansar y relajarse. Sin embargo, esa calma se rompió cuando vio a Max entrar en la sala acompañado por aquellos hombres desconocidos. De inmediato, una sensación de inquietud se instaló en su pecho.

—Max, ¿qué está pasando? —preguntó Sergio, frunciendo el ceño al ver a los hombres.

Max se acercó a Sergio, su expresión severa, y le hizo un gesto a los guardaespaldas para que se quedaran cerca de la puerta. Se inclinó hacia Sergio, colocando una mano firme en su cintura mientras le daba un beso rápido en la frente.

—Están aquí para tu seguridad —dijo Max, su voz baja pero autoritaria.

Sergio lo miró sin entender, la confusión nublando su rostro.

—¿Seguridad? Max, ¿Qué significa esto? ¿Por qué de repente necesito guardaespaldas?

Max no respondió de inmediato. Sus ojos esquivaron los de Sergio por un breve segundo antes de enderezarse y mirar a los hombres.

—Ellos estarán contigo todo el día. No te preocupes, están aquí para protegerte —añadió, sin darle a Sergio el tiempo para replicar.

Sergio, incapaz de contener su frustración, se levantó del sofá rápidamente, dejando la taza de té sobre la mesa de café con un sonido sordo.

—¡Pero Max! ¿De qué estás hablando? ¡No entiendo por qué necesito esto ahora!

Max, consciente de que cada segundo que pasaba hacía más evidente su preocupación, se dio la vuelta rápidamente hacia la puerta.

—No puedo explicártelo ahora, pero confía en mí. Es por tu bien. —Antes de que Sergio pudiera insistir más, Max salió apresuradamente, dejando a Sergio con la palabra en la boca y un aire de incertidumbre y frustración a su alrededor.

Sergio permaneció de pie en medio de la sala, observando impotente cómo Max se iba. Volteó a mirar a los tres hombres, quienes ahora se desplegaban por la casa de manera eficiente, revisando cada ventana y puerta. La sensación de normalidad se evaporó al instante, reemplazada por una intranquilidad que no podía sacudirse. Aunque Max le había dicho que era por su seguridad, Sergio no podía dejar de sentirse expuesto, vulnerable, como si estuviera en medio de un peligro que desconocía.

Uno de los guardaespaldas, un Beta corpulento con el cabello rapado, se acercó a él con una expresión neutral.

—Nos ubicaremos alrededor del perímetro de la casa, señor Sergio. No tiene de qué preocuparse —dijo en un tono profesional.

Sergio asintió, pero el peso en su estómago no disminuyó. Observó cómo los hombres tomaban sus posiciones, asegurando cada esquina de la casa. La presencia constante de aquellos desconocidos hacía que irónicamente su hogar se sintiera menos seguro, como si algo grave estuviera a punto de suceder y él fuera el último en saberlo.




Max llegó a un almacén abandonado en los suburbios, su coche levantando una nube de polvo al detenerse en el aparcamiento desolado. Apagó el motor, pero no bajó del auto de inmediato. Se quedó mirando el volante, sus dedos tamborileando sobre el cuero, mientras respiraba profundamente, tratando de controlar la furia que hervía en su interior. Había recibido una llamada de George, su amigo, diciendo que había encontrado a Jos, su padre.

El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora