Capítulo 7: Reflejos de una Lluvia Pasada

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Sergio se despertó bruscamente, el sudor frío corriendo por su frente mientras el eco de una pesadilla se desvanecía en su mente. Había soñado con Max nuevamente. En el sueño, Max estaba tan cerca de él, tan tangible, que podía sentir la fuerza con la que lo apretaba, la dureza en su mirada, la frialdad en su voz. Sergio respiró hondo, intentando calmar los latidos de su corazón, pero el miedo seguía ahí, como una sombra que no podía sacudirse.

Desde que había dejado su trabajo y había cortado los lazos con Max, Sergio había estado tratando de reconstruir su vida. Había momentos en los que se sentía libre, pero también había otros en los que el pasado volvía a perseguirlo. Las pesadillas eran más frecuentes desde que Max irrumpió en su casa y lo ofendió, como si su subconsciente le recordara constantemente que no había escapatoria de Max Verstappen.

Esto no ha terminado. Es lo que había dicho Max aquella noche.

Mientras se levantaba de la cama y se dirigía a la cocina para preparar una taza de té, Sergio no podía evitar preguntarse si algún día podría realmente seguir adelante. El peso de su historia con Max era más grande de lo que había querido admitir. Y aunque había encontrado cierta paz en su nueva rutina, la aparición de Max, había reavivado todos esos viejos temores.

Por otro lado, en el lujoso departamento de Max, las luces brillaban tenuemente mientras él estaba sentado en su escritorio, revisando un informe. Había estado enojado, furioso al ver a Sergio con otro alfa. La simple idea de que alguien más pudiera ocupar el lugar que él creía suyo lo había lleno de una rabia irracional. Pero cuando se enteró de que Gabriel prefería a otros alfas, Max se sintió extrañamente aliviado. Se rió entre dientes, burlándose en voz baja mientras leía la descripción en el informe: "Gabriel, alfa omega-friendly. Muerdealmohadas". El alivio fue instantáneo. No había ningún peligro real.

Sin embargo, esa revelación no mitigaba el hecho de que Sergio se había alejado de él. A pesar de toda su furia, Max no podía dejar de pensar en Sergio. ¿Por qué la ausencia de ese pequeño omega lo afectaba tanto? Había tenido otros empleados, otros omegas interesados ​​en él, pero ninguno había hecho mella en él como Sergio.

Max se recostó en su silla, sus ojos perdidos en el techo mientras reflexionaba. El orgullo le decía que debía seguir adelante, que Sergio no valía el esfuerzo. Pero otra parte, una que apenas reconocía, le susurraba que no podía dejarlo ir. Ese conflicto interno, esa batalla entre su arrogancia y algo que no podía definir, lo consumía por completo. Se dio cuenta de que Sergio había despertado algo en él, algo que no comprendía, pero que necesitaba explorar.

Al leer la parte final del informe, donde se detallaba la rutina de Sergio, Max encontró una nueva oportunidad. Todos los domingos, Sergio iba a una pequeña cafetería a disfrutar de una rebanada de pastel de chocolate. Max decidió que lo encontraría allí. Pero esta vez, se prometió que no actuaría como el hombre implacable que todos conocían. Necesitaba una estrategia diferente, algo más... civilizado. Haría lo que fuera necesario para recuperar a Sergio, aunque tuviera que empezar desde cero.

Llegó el domingo, y Max llegó temprano a la cafetería, decidido a seguir su nuevo plan. Se sentó en una mesa en la esquina, con una vista clara de la entrada. Cuando apareció Sergio, Max sintió un extraño nudo en su estómago. Había algo en la forma en que Sergio se movía, en la tranquilidad que irradiaba, que lo desconcertaba.

Sergio, por su parte, estaba completamente desprevenido. Cuando vio a Max sentado allí, sus ojos se abrieron con sorpresa y su cuerpo se tensó de inmediato. Su instinto le decía que huyera, pero algo más lo mantuvo en su lugar. Max se levantó y se acercó a él con una sonrisa que Sergio no esperaba ver.

—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó Max, tratando de sonar amable.

Sergio lo miró por un momento, dudando. Quería decir que no, pero algo en la manera en que Max lo miró lo hizo ceder. Asintió lentamente, y ambos se sentaron, aunque la tensión era palpable en el aire.

— ¿Qué haces aquí, Max? —preguntó Sergio finalmente, su voz temblorosa pero firme. No quería sonar débil, pero estar cerca de Max siempre despertaba emociones complicadas en él.

Max exhaló lentamente antes de hablar. Había practicado este momento en su mente una y otra vez, pero ahora que estaba aquí, frente a Sergio, todo se sentía más difícil.

—Quería verte —comenzó Max, sus palabras cuidadosas—. Quiero hablar contigo, Sergio. No estoy aquí para hacerte sentir incómodo, solo quiero... arreglar las cosas.

Sergio lo miró incrédulo, sin saber si debía confiar en él. Había escuchado promesas antes, y cada una había terminado en desilusión. Pero antes de que pudiera responder, Max continuó.

—Sé que he sido un imbécil —admitió Max, con una expresión que parecía extrañamente sincera—. Fui cruel contigo, te traté mal, y no puedo cambiar lo que hice, pero puedo intentar arreglarlo. Te llamé urgido, te hice sentir menos, y por eso... lo siento.

Esas palabras, "lo siento", golpearon a Sergio como un rayo. Jamás había esperado escuchar a Max Verstappen pedir disculpas, y mucho menos de esa manera. Se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar, sintiendo una mezcla de confusión y alivio. Pero al mismo tiempo, una parte de él se resistía a creer que Max realmente había cambiado.

—Max... —comenzó Sergio, su voz temblando ligeramente—. No sé qué decir.

Max aprovechó ese momento de duda y continuó.

—Sergio, quiero que vuelvas a la empresa. Te necesitamos, yo te necesito allí. Pero si no puedes hacer eso... —Max hizo una pausa, sus ojos fijos en Sergio—. ¿Podemos al menos ser amigos?

La palabra "amigos" resonó en la mente de Sergio como algo surrealista. ¿Max, su antiguo jefe, el alfa que lo había hecho sentir tan pequeño, quería ser su amigo? No tenía sentido, pero al mismo tiempo, Max parecía genuino, más abierto y vulnerable de lo que Sergio había visto antes.

—Max... no sé si eso es posible —respondió Sergio finalmente, luchando con sus propios sentimientos—. Estoy bien con mi vida ahora. No quiero volver a lo que era antes, a lo que sentía antes.

Max ascendió, sintiendo una punzada de frustración, pero manteniéndose en su plan. Se acercó un poco más, tomando a Sergio de la mano, sus ojos llenos de una intensidad que lo dejó sin aliento.

—Solo dame una oportunidad, Sergio. Déjame demostrarte que puedo cambiar. Sal conmigo, cenamos juntos el martes. Solo quiero empezar de nuevo, aunque sean como amigos.

Sergio quiso decir que no, que no quería darle esa oportunidad, pero algo en la mirada de Max lo hizo dudar. Max estaba tan decidido, tan seguro de que esto era lo correcto, que Sergio no pudo evitar sentir que tal vez, solo tal vez, podría funcionar.

—Está bien —respondió finalmente, aunque su voz era apenas un susurro—. Podemos intentarlo, pero no prometo nada.

Max sonrió, una sonrisa que mezclaba triunfo y algo más que no lograba definir. No estaba seguro de lo que estaba haciendo, no sabía si realmente quería ser amigo de Sergio o si esto era solo una excusa para tenerlo cerca. Pero lo que sí sabía era que no podía perderlo. No otra vez.

La cena estaba programada, y Max ya estaba pensando en cómo haría que esa noche fuera inolvidable. Sergio, por su parte, se sentía más confundido que nunca. No sabía si estaba cometiendo un error al dejar que Max volviera a su vida, pero algo dentro de él, una pequeña chispa de esperanza, le decía que tal vez, esta vez, las cosas podrían ser diferentes.



El Anhelo de un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora