CASTIGADAS POR CULPA DE LOS HOMBRES

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• Narrador omnisciente •

La noche estaba llegando, eso significaba que su viaje estaba a punto de concluir. Y menos más porque los cinco niños empezaban a tener hambre y sed, recordando que el tren circulaba miles de metros más abajo donde se podía comprar, jugo de calabaza, ranas de chocolate, varitas de regaliz y muchos manjares más.

Y el hambre provocaba un sin fin de preguntas como:

¿Por qué motivo no habrían podido entrar en el andén 9 3⁄4? ¿Qué habrán pensado los amigos de las niñas? O, ¿Dónde estaba Romeo?

—No puede quedar muy lejos ya, ¿verdad? —dijo Ron, con la voz ronca, horas más tarde, cuando el sol se hundía en el lecho de nubes, tiñéndose de un rosa intenso— ¿Listo para otra comprobación del tren?

Éste continuaba debajo de ellos, abriéndose camino por una montaña coronada de nieve. Se veía mucho más oscuro bajo el dosel de nubes. Ron apretó el acelerador y volvieron a ascender, pero al hacerlo, el motor empezó a chirriar Harry y Ron se intercambiaron miradas nerviosas. Y en la parte de atrás las miradas fueron igual de nerviosas.

—Weasley, por favor dime que el auto no tiene otra falla. —pronunció Gwen

—Seguramente es porque está cansado —dijo Ron—, nunca había hecho un viaje tan largo...

—Si, seguramente es por eso. —dijo Gwen desde atrás mirando aún por la ventana las enormes nubes que se encontraban a su alrededor.

—¡Allí! —gritó Grace de forma que todos dieron un pequeño salto.

—Tienes razón, Grace. ¡Allí delante mismo! —dijo Harry, apoyando a lo que decía Grace.

En lo alto del acantilado que se eleva sobre el lago, las numerosas torres y atalayas del castillo de Hogwarts se recortaban contra el oscuro horizonte.

En lo alto del acantilado que se eleva sobre el lago, las numerosas torres y atalayas del castillo de Hogwarts se recortaban contra el oscuro horizonte

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Pero el coche había empezado a dar sacudidas y a perder velocidad.

—¡Vamos! —dijo Ron para animar al coche, dando una ligera sacudida al volante— ¡Venga, que ya llegamos!

—Ahora si vamos a morir. —dijo Chiara con algo de miedo por los movimientos del auto.

—¿Por qué tuvimos que subir con ellos, ¡por qué!? —se cuestionaba Grace.

Sobrevolaban el lago. El castillo estaba justo delante de ellos. Ron apretó el pedal a fondo. Oyeron un estruendo metálico, seguido de un chisporroteo, y el motor se paró completamente.

—Oh, oh, llévame salazar solo te pido eso. —dijo Chiara tragando saliva del nerviosismo.

—¡Oh! —exclamó Ron.

Y el motor del auto se inclinó irremediablemente hacia abajo. Caían, cada vez más rápido, directos contra el sólido muro del castillo.

—¡NO! —gritó Ron, girando el volante.

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