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Emma Bennett


Salir de mi habitación en silencio no es tan difícil como imaginé.

Apenas empujo la puerta para que no rechinara, y deslizo los pies por el suelo de madera, rogando que ninguna tabla suelta delate mi presencia.

Las dos personas que han invadido me casa están ocupados con lo suyo que, honestamente, dudo que alguno note mi ausencia... o eso pensaba.

Mientras cruzo el pasillo, me detengo un segundo al ver a Aiden en la cocina.

Está de espaldas, hablando por teléfono.

Su tono es bajo y serio, lo que me da una mala espina.

Decido aprovechar la oportunidad para continuar sin hacer ruido, caminando de puntillas por el pasillo hasta llegar a la puerta del sótano.

La abro con sumo cuidado, usando la otra mano para sacar mi teléfono y encender la linterna.

Cada paso que doy al bajar las escaleras resuena en mi cabeza, aunque en realidad, el ruido es casi inexistente.

El sótano está oscuro y lleno de cajas apiladas.

Todo parece más tenebroso de lo que recordaba, pero no me detengo.

Me acerco a una de las cajas que están apiladas en una esquina.

No sé bien qué busco, pero sé que lo encontraré aquí, donde guardo las cosas que no quiero recordar.

Agarro una de las cajas que están arriba y, al intentar bajarla, una punzada aguda atraviesa mis costillas, haciendo que la caja se me caiga de las manos y golpee el suelo con un ruido sordo.

—¡Mierda! —murmuro entre dientes, maldiciendo mi suerte y mi dolor.

Los pasos apresurados que se acercan me congelan.

Al girarme, veo a Aiden en la puerta del sótano, con una mirada que podría derretir acero.

Está cruzado de brazos, y el ceño fruncido que lleva me hace sentir como una niña traviesa atrapada en medio de un hurto de galletas.

Me quedo inmóvil, esperando que, por algún milagro, si no me muevo, él simplemente se vaya.

Spoiler: no funciona.

Aiden comienza a bajar las escaleras, cada paso resonando como una sentencia de muerte.

—¿Qué crees que estás haciendo? —me pregunta, su tono no deja espacio para bromas.

Resoplo, volteando los ojos como si no fuera gran cosa.

—Buscando unas cosas, ¿qué parece que hago?

Aiden estrecha los ojos, claramente no conforme con mi respuesta.

—Vuelve a tu habitación. Ahora —su voz es firme, autoritaria.

—No pienso hacer eso —respondo con molestia.

Si piensa que voy a obedecerle como si fuera una niña, está muy equivocado.

Aiden me lanza una mirada que podría hacer retroceder a cualquiera, pero yo me quedo firme, cruzando los brazos en mi pecho, desafiándolo.

—No te lo estoy pidiendo —replica, su voz es más baja y peligrosamente calmada.

—Y yo no te he pedido tu opinión —le respondo, sabiendo que estoy jugando con fuego.

Pero, ¿qué más da?

Reina del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora