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Aiden Sullivan


Mientras camino por el largo pasillo del calabozo, las luces parpadean tenuemente, proyectando sombras que parecen alargarse en las paredes de piedra fría.

El aire es denso, cargado con la mezcla metálica de sangre y miedo que siempre permanece aquí, como un fantasma atrapado.

Ethan camina a mi lado, su voz burlona y despreocupada choca contra las paredes, llenando el espacio.

—El idiota de Owens intentó pasarse de listo —comenta Ethan con un tono que sugiere más diversión que preocupación—. Pensó que podía jugar con nosotros, robarse un par de cajas de mercancía y salir ileso. Como era de esperarse, lo pillamos antes de que pudiera hacer nada significativo. Ya te imaginas cómo terminó.

Asiento, permitiendo que una pequeña sonrisa cruce mis labios, aunque no me molesto en mirarlo.

Conozco a Ethan lo suficiente para saber que disfruta de estos juegos más de lo que debería.

Finalmente, llegamos a la celda.

El distribuidor, Owens, está inmóvil, amarrado a una silla de metal en medio de la habitación.

Su cuerpo está inclinado hacia atrás, la cabeza colgando en un ángulo imposible.

La sangre ha empapado su camisa, formando un charco oscuro bajo la silla.

Sus manos, que alguna vez podrían haber sostenido un arma, ahora son inútiles, destrozadas y colgando como trapos.

—Fue entretenido acabar con él —murmura Ethan a mi lado, con una sonrisa macabra estirando sus labios.

Su mirada brilla con esa chispa de sadismo que siempre parece estar a punto de encenderse.

—Me alegra saber que al menos has disfrutado de tu trabajo —respondo con frialdad antes de voltear los ojos, como si todo esto me aburriera. Sin embargo, me complace la eficiencia.

—Márcalo con el logo del cuervo y déjalo en mitad de sus territorios. Que sirva como advertencia para los demás— le digo al girarme para marcharme

Ethan asiente, claramente emocionado por la tarea, mientras abre la puerta de metal con un chirrido oxidado y entra en la celda.

No necesito verlo completar la tarea

Sé que lo hará bien.

Me doy media vuelta y me alejo, saliendo del calabozo sin volver la vista atrás.

El aire fresco me recibe cuando salgo del edificio, y me dirijo directamente a una de mis tapaderas.

La empresa, dedicada a "importaciones y exportaciones", es perfecta para blanquear el dinero que fluye a través de mis manos.

Mientras conduzco, mi mente divaga momentáneamente, recordando la expresión de Emma esa mañana.

El brillo de rabia en sus ojos cuando me vio sentado en el salón, como si mi simple presencia fuera un insulto personal, me provoca una extraña satisfacción.

Hacerla enfurecer es un placer que no puedo negar, aunque no sé exactamente por qué.

Al llegar a la empresa, estaciono el coche y entro en el edificio sin saludar a nadie ni perder tiempo en cortesías inútiles.

La gente a mi alrededor baja la mirada o se aparta, acostumbrados a mi comportamiento distante.

Cuando llego al despacho, encuentro a dos de mis socios, Travis y Mark, ya esperándome.

Reina del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora