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Aidén Sullivan


El impacto del puño de Emma en mi costado me arranca un gruñido.

No es un golpe cualquiera.

A decir verdad, ha puesto toda su fuerza en él, y para mi sorpresa, casi logra hacerme retroceder.

No esperaba menos de ella después de las semanas que llevábamos entrenando, pero eso no significa que disfrute siendo el saco de boxeo de nadie, y menos el de Emma.

Mientras retrocede un par de pasos, con la mirada fija en mí y los puños levantados, evaluo su postura.

Sus ojos estan llenos de enfado, listos para lanzar el próximo ataque si se lo permito.

Pero decido que ya es suficiente por hoy.

-Fin del entrenamiento -anuncio, dejando caer los brazos. Aunque todavía estoy alerta, ya no tengo intenciones de seguir.

Emma baja las manos, respirando con dificultad.

El sudor le cae por las sienes y el cuello, empapando su camiseta, que se le pegaba al cuerpo.

Su cabello esta despeinado, algunas hebras pegadas a su frente, y la piel enrojecida por el esfuerzo.

Ha trabajado duro, y los resultados son innegables, si Emma se enfrentara a la mayoría de mis hombres en este momento, podría dejarlos fuera de combate sin pestañear.

Justo cuando estoy por darle alguna felicitación a regañadientes, el maldito perro aparece, moviendo la cola como un loco.

Max.

Claro, siempre tiene un sexto sentido para interrumpir justo cuando estoy a punto de hacer algo importante.

Observo a Emma mientras se agacha para acariciar al cachorro.

Aunque su rostro muestra signos de agotamiento, sus ojos brillan de una manera que casi me hace olvidar que estoy en medio de un campo de entrenamiento y no... bueno, en otro lugar menos público.

El perro lame su mano y ella se rie suavemente, una risa que siempre me sorprende lo mucho que puede afectarme.

Maldito perro.

Maldita risa.

Y maldito yo por sentir celos de un animal.

¿Cómo es posible que este pequeño monstruo con cuatro patas y un ladrido ridículo me robe todo el tiempo de Emma?

Ya ni siquiera tengo momento para chincharla como antes, porque esta demasiado ocupada con "Max".

Gruño internamente, tratando de recordar por qué demonios he pensado que regalarle este perro sería una buena idea.

Ah, claro, para hacerla feliz.

Pues vaya idiotez.

La próxima vez, debería regalarle algo que no me cause tantos problemas... Como una planta.

Una planta sera más segura.

Mientras la veo acariciar al perro, algo dentro de mí se tensa.

Llevo semanas conteniendome, conteniendo el impulso de estar más cerca de ella.

Pero cada día que pasa, cada minuto que paso a su lado, la necesidad se hace más fuerte.

Y la paciencia no e s una de mis virtudes.

-Así que... -digo, con el tono más casual que logro reunir-. ¿Ya estás cansada? ¿Te falta energía, pequeña?

Reina del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora