22

4 2 0
                                    

Emma Bennett


Maldigo por lo bajo mientras intento subir la maleta por las escaleras del jet privado de Aiden.

Lucas, con su "brillante" idea de no dejarme volar con él a Viena, está oficialmente en mi lista negra.

Según él, tenía que "poner varias cosas en orden" antes de que yo llegara. Lo que sea que eso signifique.

Estoy a punto de soltar la maleta para tomar un respiro cuando de repente alguien la agarra y me la quita de las manos con facilidad.

Levanto la vista, ya lista para soltarle un "gracias" entre dientes, cuando me encuentro con Aiden.

Él pasa por mi lado como si llevar mi maleta fuera lo más natural del mundo, ni siquiera me mira mientras sube las escaleras con una tranquilidad que me da ganas de darle un codazo... si es que no fuera porque me saca más de una cabeza.

Sigo a Aiden hasta el interior del jet, donde lo veo dejar mi maleta en una de las esquinas.

Una azafata se apresura a recogerla, casi tropezando en el proceso.

—¿Llevas ropa o piedras gigantes? —me pregunta Aiden con una ceja levantada, mientras se gira para mirarme con esa expresión suya, mitad curiosidad, mitad burla.

Volteo los ojos, sin ganas de seguirle el juego.

—¿Tú qué crees que llevo? —le respondo, mirando alrededor del jet para distraerme.

El interior del avión es un reflejo de lujo y comodidad.

Asientos de cuero blanco, amplios y acolchados, están distribuidos a lo largo de la cabina.

Un par de mesitas de madera pulida están dispuestas cerca de los asientos, cada una con una lámpara moderna que parece más decorativa que útil.

Las ventanas son grandes, permitiendo una vista impresionante, y las cortinas son de un tono gris claro, que combina perfectamente con el resto del ambiente.

Todo aquí grita dinero, poder y... Aiden.

Lo encuentro sentado a la mitad del avión, en uno de esos asientos que parecen más un trono que un simple lugar para sentarse.

Lleva varios botones de su camisa desabrochados, revelando parte de su pecho, y el maldito se ve... bueno, se ve ridículamente atractivo, como siempre.

Me pregunto cómo es que alguien puede lucir tan relajado y al mismo tiempo tan imponente, pero ahí está él, leyendo un documento con una concentración que solo se ve interrumpida cuando se da cuenta de que lo estoy observando.

Me encamino hacia la parte delantera del avión, lejos de él, porque la última cosa que quiero es tener que soportar su presencia durante todo el vuelo.

Pero antes de que pueda siquiera pensar en sentarme, escucho su voz firme.

—Ni se te ocurra —me dice, sin levantar la vista.

Me giro para mirarlo, solo para encontrarme con su mirada fija en mí, y la mano que señala el asiento frente al suyo.

—¿Qué pasa si me siento aquí? —le pregunto, desafiándolo mientras intento colocarme en el asiento de la parte delantera.

—Lo que pasa —dice, y su tono es un claro aviso— es que soy capaz de levantarme y arrastrarte hasta aquí sin ningún problema.

Resoplo, pero termino caminando hacia donde me señaló. Me dejo caer en el asiento frente a él, cruzando los brazos con evidente frustración.

Reina del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora