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Aidén Sullivan.

Me encuentro en el patio, mirando sin mucho interés los árboles que bordean la mansión.

El viento suave mueve las hojas, pero el sonido que producen no logra disipar el aburrimiento que me invade.

Las horas han pasado lentamente desde que llegamos, y la expresión perdida de Emma durante todo este tiempo no ha ayudado a mejorar mi ánimo.

No es difícil imaginar por qué se siente así.

Estar en esta casa, con tantas cosas que probablemente le resultan extrañas y abrumadoras, debe estar afectándola más de lo que se atreve a admitir.

Un sonido a mi derecha me saca de mis pensamientos.

Lucas ha aparecido a mi lado, con las manos en los bolsillos, mirando en la misma dirección que yo.

Lo observo de reojo, pero mi atención vuelve rápidamente a los árboles, intentando ahuyentar el recuerdo de la mirada confusa de Emma.

—Voy a dar una vuelta con Emma —le digo, sin apartar la vista de los árboles.

Lucas levanta una ceja, escéptico.

—¿Emma lo sabe? —me pregunta con una media sonrisa.

Sonrío de medio lado, se que lo que estoy por hacer es más bien un asalto por sorpresa que una invitación.

—Todavía no —respondo.

Mientras me dirijo hacia la casa, escucho a Lucas reírse por lo bajo.

Ignoro su risa y subo las escaleras, dirigiéndome directamente a la que alguna vez fue la habitación de Emma cuando era niña.

La puerta está entreabierta, y al asomarme, la veo de espaldas.

Lleva una camisa blanca que se arruga levemente en su cintura, y su cabello, un poco revuelto, cae en ondas suaves por su espalda.

La maleta, aún cerrada, está a su lado, como si no hubiera encontrado la energía o el deseo de desempacar.

Se encuentra inmóvil, mirando a su alrededor con una expresión de desconcierto que me resulta tan familiar que duele.

Por un momento, me veo reflejado en ella, recordando la primera vez que llegué a la casa de los tíos de Lucas.

Esa sensación de estar perdido, de no saber dónde encajas, es algo que conozco demasiado bien.

Decido no perder más tiempo.

Empujo la puerta y entro sin llamar.

—Emma —digo con voz firme.

Ella se gira de golpe, sorprendida.

Su expresión cansada se suaviza por un instante al verme, pero rápidamente se endurece, como si esperara alguna de mis habituales provocaciones.

—¿Qué buscas, Aiden? —me pregunta, su tono cargado de agotamiento.

—Sígueme —le ordeno, ignorando su pregunta—. Y si no lo haces, te juro que te arrastraré hasta allí yo mismo.

Emma me lanza una mirada fulminante, pero termina siguiéndome en silencio.

Atravesamos la mansión, bajamos las escaleras y salimos directamente hacia el coche.

Abro la puerta del copiloto y la señalo.

—Sube —le digo sin rodeos.

Ella me observa con una mezcla de curiosidad y desconfianza, pero finalmente se sube, todavía sin decir una palabra.

Reina del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora