Capítulo 8: Los declaro marido y mujer

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 Los días pasaron con gran rapidez; tanto así que la inminente boda de Penélope y Sam Debling llegó la mañana de un martes en una iglesia de Mayfair. Sam era un hombre reservado y pese a las ideas opuestas de su madre, lograron realizar una boda discreta, perfecta para una pareja cuyo compromiso parecía más un acuerdo de negocios que un matrimonio por amor; pensaba Penélope cuando su doncella le ayudaba a colocarse el vestido de novia. Así, con ese pensamiento tan dentro de ella; caminó por el pasillo de la iglesia, acompañada de su madre, Pen observaba a su alrededor sintiendo la imperiosa necesidad de buscar a Colin entre los invitados, sin embargo, su vista solo pudo fijarse en los únicos Bridgerton que habían asistido a la boda: Violet, que la miraba con una ternura casi compasiva, Eloise, quien le dedicaba una débil sonrisa, Benedict y Francesca, que permanecen de pie con sonrisas tranquilas, además de los más jóvenes, Gregory y Hyacint. Pero por ningún lado se encontraba Colin, y eso sin duda le dolió más que todo.

La ceremonia fue bella, eso no se podía negar, y Debling le dedicaba de vez en cuando una sonrisa durante el sermón, la decoración más sobria de lo que Penélope esperaba que hiciera su madre. Pero el beso, aquel primer beso como marido y mujer fue por demás aterrador para ella; no era que Sam fuera un hombre desagradable en apariencia o actitud, pero había algo en aquel acto íntimo que la convertía en un manojo de nervios. Tan solo había recibido un beso, uno glorioso e irrepetible que permanecía grabado como un recuerdo constante de lo sublime que es besar cuando amas a alguien y lo deseas tanto como Penélope deseaba besar a Colin esa noche. Era eso lo que le aterraba, no sentir con su esposo, ni el sentimiento más parecido que había sentido con Colin esa vez.

Sam se acercó a ella con cautela, sus manos tomaban las de ella, y estando lo suficientemente cerca de su rostro pudo sentir su respiración que se tornaba pesada, como si ella tomara conciencia del movimiento de sus pulmones al respirar. Penélope miró sus ojos y luego su boca, después repitió ese movimiento hasta que la cercanía de Sam le era imposible ver sus labios.

Entonces cerró los ojos y lo besó.

Pensó en como el vello de su barba le picaba la nariz, y como sus labios se sentían tan ajenos y distantes de tal forma que el roce de labios no le generaba ningún sentimiento diferente al miedo provocado por la indiferencia de besar sin amor. Perdiéndose en pensamientos, navegó hasta el recuerdo de aquella noche; como sus labios temerosos temblaron al fino roce de los labios de Colin, su respiración apelmazada junto a la suya y el calor de su mano reposar sobre su mejilla. Pudo vivenciar ese precioso instante donde sus miradas se conectaron en ese segundo beso, más profundo, más encendido, y entonces logró nuevamente sentir ese calor recorrer su cuerpo, desestabilizar sus sentidos.

Pero al abrir nuevamente los ojos, Colin había desaparecido de su mente y Sam tomaba su lugar; ella le sonrió tratando de apaciguar su culpa por haber pensado en otro hombre, cómo si el Lord pudiera enterarse de los pensamientos de ella.

Y si ese pequeño acto de intimidad le generaba miedo, era porque ni siquiera se había permitido pensar en la noche de bodas; su madre ávidamente y debido a la experiencia previa con sus hijas mayores, había tenido cierta plática con Penélope una noche antes de la boda; le dijo todo lo que debía esperar de su marido para esa primera vez, y por si alguna duda hubiera, se dio el lujo de ser un poco más explícita con el textual y claro interés que ella concibiera un bebé. Motivo suficiente para espantar a Penélope cuando llegó a la que sería su nueva casa; había estado antes ahí, conocía los amplios salones, el comedor y la hermosa y grande biblioteca, pero desconocía los aposentos, más aún su habitación de casada.

Sam la acompañaba, notando su nervio hablaba con Pen sobre la decoración y los invitados a la boda, forzando en temas que la misma Penélope sabía que no eran de interés para él; sin embargo, agradeció su esfuerzo para hacerle más cómoda su llegada a la casa. Al entrar a la habitación, el silencio los atrapó a ambos.

Romacing Lady DeblingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora