Capitulo 2: Corazones rotos y despedidas

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El buen Colin Bridgerton llegó a la fiesta esa misma noche con una única misión en mente, impedir que aquella propuesta se materialice en un destructivo sí (para él). Por ello abrió la puerta del carruaje en cuanto los caballos se detuvieron frente a la entrada, y dio un gran salto hasta el suelo; siguió caminando con presteza, esquivando a un par de hombres que planeaban envolverlo en una superflua conversación que ahora podía reconocer era menos que relevante.

Desde su regreso, Colin había optado por tomar esa otra personalidad ajena a él, una que lo distanciara de sus reales sentimientos, puesto que necesitaba encajar en una sociedad de hombres que gustaban deleitarse de mujeres y tragos mientras que él solía disfrutar de sus viajes y la sorprendente vida que se encontraba allá afuera, de las historias de las cuales podía deleitarse en todos esos países; sin embargo, tuvo que dejar atrás esa faceta cuando al final de sus viajes lo único que encontró era una sensación de vacío, una soledad que no sabría en ese momento explicar. Tiempo atrás, una persona lo había hecho sentir acompañado durante sus viajes y realmente estaba agradecido con ella, con sus preguntas inquietas y repletas de curiosidad invitándolo a que le relatara más aventuras en todo esos sitios que visitaba; lo que ella quizá nunca se imaginaría era la impaciencia que Colin tenía por leer cada una de sus cartas cuando estas llegaban a sus manos.

Debió estar ciego en ese entonces para no notar la importancia que Penélope tenía en su vida; era la única que no esperaba un Colin transformado en un frío hombre como muchos, sino a aquel que siempre había sido.

Una vez que estuvo libre de aquellos hombres, se mezcló entre la multitud a la espera de encontrarse con la mujer que había despertado al enamorado Colin. Buscó por todo lados, pero no halló ni una sola cabellera roja en aquel baile, ni siquiera del resto de las Featherington lo cual le extraño en un primer momento; pero entonces la vio entrar de nuevo al salón desde una puerta, deslumbrante, pero con un solo desagradable detalle, iba tomada del brazo del Lord Debling y él fastidió en sus ojos se hizo notar de inmediato, caminó con brío, decidido a hablar con Penélope quien se encontraba en una esquina junto al Lord conversando de quien sabe que cosa menos importante para él.

Ella lo miró extrañada, puesto que en sus ojos se miraba una furia desconocida que no se atrevía develar cuál era la causa de tal molestia, pero espero en silencio hasta que fuera él mismo quien expresara el motivo de su presencia.

—Buenas noches —dijo severo y manteniendo el contacto visual estrictamente en Penélope— Pen, ¿podemos hablar? —agregó lanzando una rápida mirada al Lord.

—Voy a buscar limonada para nosotros —mencionó dirigiendo su mirada al Colin notablemente desesperado por un instante a solas con ella.

—¡Colin!, ¿Qué es lo que haces? —preguntó exaltada una vez que vieron marcharse al Lord— arruinaras todo con el Lord.

—Penélope no puedes casarte con él —espetó con fiereza y desesperación en sus palabras— no te conviene, ¿sabes que se irá de viaje por tres años?

— ¡Claro que lo sé Colin! Toma un año llegar a donde va—respondió molesta por el tono inquisidor de Colin.

—Pero apenas lo conoces, y es demasiado... peculiar —agregó a sus argumentos, aferrándose a que sus palabras fueran lo suficientemente convincentes para hacer cambiar de opinión a Pen.

—Colin por favor —rogó exasperada de la insistencia de él— ya he hecho las paces con eso, y he aceptado su propuesta —dijo con una firmeza que le atravesaba su propio corazón, las palabras de su boca salían amargas y dolientes aunque no fuera particularmente un insulto, y es que, tener enfrente al amor de su vida y declararle abiertamente que renunciaba a él, le estaba consumiendo desde lo profundo de sus ser.

Romacing Lady DeblingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora