10: Consecuencias.

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—Nos vamos juntos al infierno si es lo que quieres, Caro promesso sposo —digo con burla sin despegar mi mirada de la suya

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—Nos vamos juntos al infierno si es lo que quieres, Caro promesso sposo —digo con burla sin despegar mi mirada de la suya. Esta es una guarra de poder y la primera batalla, prometo ganarla yo.

Todo a nuestro alrededor desaparece, mi atención está puesta en él y la suya en mí. Ninguno de los dos tiene la intención de flaquear, no dudo que su puntería sea buena, al fin de cuentas fue entrando por el imperio. Pero la mía es perfecta, después de tantos años, vuelvo a tener un arma entre mis manos y pienso aprovechar la oportunidad.

—¿Qué pasa? ¿No vas a cumplir mi deseo? —musito con una sonrisa tan grande como mis ganas de jalar el gatillo.

Él solo aprieta la mandíbula tratando de controlarse. Mi mirada no se despega de la suya y siento como la tensión crece y recorre todo mi cuerpo.

Mi mayor defecto es no poder ocultar mis sentimientos, mi rostro refleja todos y cada una de ellos, haciéndome casi imposible mentir. Él, por su parte, vuelve a la expresión seria y sin emociones.

Ninguno de los dos flaquea, podríamos estar horas en la misma posición, apuntando con el arma la frente del otro, en posición de ataque.

Al final, es mi padre quién interrumpe el momento, su fuerte voz pronunciando un “¡Ya basta!” Inunda el comedor.

Al instante siento una mano encima de la mía y el arma es retirada con brusquedad, miro a mi padre con evidente enfado, pero él solo me ignora y le extiende su pistola a Román, ¿En qué momento llegó él aquí?

Mi padre toma mis hombros y me aparta de la mesa, aún así no dejo de mirar en dirección a Alessandro.
Su rostro sigue inexpresivo pero tampoco aparta su mirada de la mía.

Dejo de observarlo  cuando siento como mi padre aprieta con más fuerza mi brazo. Hago una mueca de dolor y trato de apartarme de él, pero me lo impide jalándome con rapidez.

Cuando estamos fuera del comedor las puertas son cerradas y es en ese momento cuando temo por mi integridad. Mi padre luce enojado y a pesar de haber llegado a nuestro destino, no suelta mi brazo.

—¿Cómo te atreves a amenazar de muerte a tu futuro esposo? —declara entre dientes soltandome con brusquedad.

Me quedo en silencio, mirando a todos lados menos a él. A pesar de todo, el respeto que siento por mi padre me impide responder con altanería.

—Eres una irresponsable, ¿Cómo piensas arreglar esto? —Con cada palabra su tono de voz aumenta—. Una disculpa no arreglará nada.

Agacho la mirada y observo mi brazo, está rojo y sus dedos dejaron una marca muy notoria. Aprieto los labios en una línea fina y siento como mis ojos se llenan de lágrimas que me niego a soltar.

—No pienso disculparme —digo por fin, mi voz es baja y entrecortada.

Al escuchar mis palabras, su enojo aumenta, veo el momento justo en que pierde la paciencia, su cara se vuelve roja y sus facciones se endurecen. Sin poder hacer nada, siento como toma mis hombros con fuerza y me estampa contra la pared.

matrimonio perfecto. {En Proceso}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora