La noche seguía su curso, implacable. La tormenta afuera comenzaba a rugir de nuevo con furia. La cabaña, que antes parecía un refugio seguro, ahora estaba destrozada. Fragmentos de madera y vidrios rotos se esparcían por el suelo, y el aire estaba impregnado con el olor a humedad y miedo.
El grupo se había replegado hacia el centro de lo que quedaba de la cabaña. Algunos temblaban, otros apenas podían contener sus quejas.
—¡Esto es una locura! —gritó alguien desde el fondo, su voz cargada de desesperación. —¡Esta cabaña ya no es segura! No podemos quedarnos aquí esperando que esa cosa vuelva.
Ethan, con la mandíbula apretada, se movió entre los escombros, tratando de calmar a los demás. —Lo sé, pero ahora no podemos salir. Ahí afuera es aún más peligroso.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Luna, con la voz quebrada. —Nos quedamos aquí, esperando a que nos mate a todos uno por uno?
—¡No podemos seguir así! —agregó Samuel, frunciendo el ceño mientras miraba por la ventana rota. —Esta tormenta no va a parar, y esa cosa tampoco.
Elías, que había estado observando en silencio, finalmente habló, su voz grave y firme. —Sé que es difícil, pero debemos mantener la calma. Si nos desmoronamos ahora, estamos perdidos.
—¿Mantener la calma? —dijo Zoe, sarcástica. —Mira a tu alrededor. Este lugar es un desastre. Si esa cosa vuelve, no habrá dónde escondernos.
—No tenemos muchas opciones —dijo Alex, con la voz tensa. —Elías, ¿hay alguna otra cabaña o lugar donde podamos refugiarnos?
Elías negó con la cabeza. —No hay nada más cerca, mi cabaña es demasiado pequeña para 18 personas. Este es el único refugio que tenemos.
Las quejas y el murmullo de miedo crecieron entre el grupo. La tensión en la cabaña era palpable, y la tormenta afuera sólo empeoraba la situación. Pero, por mucho que quisieran huir, sabían que no tenían a dónde ir.
De repente, un crujido proveniente de lo que quedaba de la puerta hizo que todos se quedaran en silencio, congelados por el terror. Algo se movía afuera, apenas visible entre las sombras y la lluvia torrencial.
—¿Está... está de vuelta? —susurró Aiden, su voz llena de pánico.
Elías levantó la escopeta y apuntó hacia la entrada, su rostro endurecido. —No hagan ruido. Manténganse juntos, y prepárense para lo peor.
De repente, el sonido de un suave susurro cortó el aire. Al principio, era casi inaudible, pero poco a poco fue ganando fuerza, hasta que todos lo escucharon con claridad. Era una voz, familiar, pero con un tono distorsionado que les helaba la sangre.
—¿Por qué se esconden de mí? —susurraba la voz, casi como una melodía macabra. —¿Acaso no quieren saber la verdad?
Derek frunció el ceño, y Alex intercambió miradas con Lucas, su respiración acelerándose. La voz sonaba como la de alguien que conocían... pero había algo profundamente equivocado en ella.
—Esa... esa es la voz de Tomás —murmuró Derek, su rostro pálido.
—No puede ser... —Zoe retrocedió, negando con la cabeza. —Tomás está muerto. ¡Lo vimos morir!
Elías dio un paso hacia la entrada, sus ojos oscuros escudriñando la oscuridad. —No es Tomás —dijo, con una certeza que sólo venía de alguien que había visto demasiadas cosas horribles. —Es esa cosa jugando con nuestras mentes.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, la voz cambió abruptamente, adoptando un tono burlón. —¡Luna! ¿No me reconoces? —Ahora sonaba como Tomás, pero la voz estaba llena de veneno, burlándose de su víctima.
ESTÁS LEYENDO
Rostros Robados
RandomUn grupo de estudiantes universitarios se embarca en una aventura de campamento, buscando una escapada de la rutina académica. Pero lo que comienza como una experiencia de unión y diversión se convierte rápidamente en una pesadilla cuando un oscuro...