33: Noche de Vigía.

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Mientras la situación en la cabaña se deterioraba, la tensión en el aire era palpable. La lluvia golpeaba con fuerza el techo, creando un tamborileo constante que se mezclaba con el susurro del viento entre las ramas de los árboles. Dentro, las pequeñas luces de las linternas apenas podían perforar la oscuridad que se asentaba en cada rincón.

Samuel, agotado después de su turno de vigilancia junto a Luna y Felipe, se encontraba sentado cerca de la chimenea apagada, intentando mantener el control. Sus ojos recorrían el rostro de cada uno de sus compañeros, captando los signos de agotamiento y miedo. Los nervios de todos estaban al borde, y él lo sabía. Había una fragilidad en el grupo que crecía con cada minuto que pasaba.

—Tenemos que mantener la calma —dijo Samuel, dirigiéndose a todos en la cabaña. Su voz, aunque firme, estaba cargada de una preocupación que intentaba ocultar. —Si empezamos a desconfiar que no van a volver, entonces realmente estamos perdidos.

Luna, que estaba junto a él, asintió en silencio. Había un leve temblor en sus manos que intentaba disimular. Sus ojos, sin embargo, no lograban ocultar el miedo que sentía. Felipe, por su parte, permanecía en un rincón, con la mirada perdida, claramente agotado tanto física como mentalmente. Sus dedos tamborileaban sin cesar sobre la empuñadura de un cuchillo que había tomado de la cocina, buscando en la fría superficie algún tipo de consuelo.

—Samuel tiene razón —intervino Luna, aunque su voz era apenas un susurro. —No podemos suponer que no van a volver. Cuando fue la expedición anterior, regresaron un día después de lo planeado probablemente pase lo mismo...... eso espero.

Felipe soltó un suspiro y, sin levantar la vista, murmuró: —Tienes muchas expectativas, Luna. Todos estamos esperando lo peor. Solo es cuestión de tiempo que pase algo.

El segundo grupo de vigilancia, compuesto por Mariana, Javier y Valeria, se estaba preparando para  salir. La atmósfera dentro de la cabaña se sentía cada vez más pesada, como si algo invisible los estuviera presionando. Mariana observaba por la ventana, sus ojos intentando penetrar la oscuridad del bosque. Javier, más cerca de la puerta, jugueteaba nerviosamente con su linterna, encendiéndola y apagándola de manera compulsiva, mientras Valeria se movía inquieta en su puesto, cada crujido de la madera bajo sus pies le hacía dar un respingo.

—No me gusta esto... —susurró Valeria, más para sí misma que para los demás. Mariana le lanzó una mirada rápida, pero no dijo nada. Ella también lo sentía, ese algo en el ambiente que no podían ver pero que todos sabían que estaba ahí.

De repente, Valeria vio una sombra moverse rápidamente entre los árboles. Sus ojos se abrieron de par en par, y un escalofrío recorrió su espalda. Intentó enfocar mejor, pensando que tal vez su mente le estaba jugando una mala pasada, pero la figura seguía ahí, moviéndose silenciosamente como un fantasma entre la maleza.

—¡Chicos.....! —exclamó Valeria, con la voz cargada de alarma. —¡Hay algo afuera!

Mariana y Javier reaccionaron de inmediato, dirigiendo sus linternas hacia la ventana. Pero cuando lo hicieron, la figura que Valeria había visto ya no estaba.

—No veo nada —dijo Javier, intentando mantener la calma mientras sus manos temblaban ligeramente.

—Estaba ahí... lo juro —respondió Valeria, sin apartar la vista de la ventana, esperando que la figura reapareciera.

—¿Qué fue lo que viste exactamente? ¿Fue esa cosa.....? —preguntó Mariana, sin apartar la vista del cristal empañado por la humedad.

—Talvez si...  era algo grande, y rápido. —Valeria tragó saliva, tratando de calmarse. —Pero no era un animal, no se movía como uno.

Rostros RobadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora