4.

1.9K 269 27
                                    

—No llores, Monse.

Eduardo me abraza.

—Es que soy una tonta. Tú sabes cuánto había estado buscando el puesto —sollozo—. Necesito el dinero.

—Pero también, por lo que escucho, el wey ese es horrible.

—Desde el primer día siempre anda diciendo cosas tontas —continué—. No aguanté, hoy no fue mi día.

Me escondo en el pecho de mi amigo, agradeciendo estar escondida afuera de los elevadores y que nadie nos viera.

—Ay, pero es que yo ya contaba con el dinero. Mi ingreso es el más fuerte de mi familia —respondo—. Y la comida, y...

Me suelto a llorar más.

—Ya, tranquila —frota mi espalda—. En lo que se pueda, yo te voy a ayudar.

Me quedo unos instantes ahí y, de repente, el elevador se abre. Era Junior junto a los dos amigos con los que siempre estaba.

Me miró a los ojos serio y rápidamente, analizó la escena para después seguir caminando junto a ellos.

—Puta madre —susurro—. Nadie usa este elevador. Hasta para atinarle es bueno el imbécil ese.

—Ya, vamos a comer —me responde mi amigo—. A esta hora seguro los de cocina sí querrán darte tus comidas.

Niego.

—Él bajó a comer, no quiero verlo —limpio mis ojos y me separo—. Cambiaré mi horario a la noche, no quiero verlo las semanas que seguirá aquí.

Suspira y asiente.

—Quédate afuera del restaurante. Yo hablaré con cocina y te traeré tu comida y la de tu familia.

Lo miro esperanzada.

—¿En serio? Muchas gracias.

Caminamos al restaurante y yo me quedé en los sillones de afuera. Limpio mis ojos y uso mi celular para ver mi cara roja. Qué horror, pensé.

—Eh, ¿por qué estabas llorando?

Ruedo los ojos sin verlo y sigo en lo mío.

—Usted y yo ya no tenemos ninguna relación laboral.

Sigo sintiendo su mirada.

—Eso no te pregunté. ¿Por qué estás llorando? —se hinca para quedar a mi altura y verme la cara—. ¿Es por lo que te dije?

Niego.

—Yo sé que no me preguntó eso. Simplemente estoy respondiendo que ya no quiero tener contacto con usted ya que no es necesario.

—¿Por qué ya no pasaste a comer? —sigue serio—.Ni te llevaste tus mil comidas.

Siento cómo mis ojos se vuelven a inundar de lágrimas, pero rápidamente niego.

—Ya no tengo esos beneficios.

—Eh, mira, perdóname —pide—. La neta, hace rato llegué enojado. Fue mi culpa. Yo no quiero que dejes de...

—Lo que me pidió ya está comunicado en dirección. Admití mi culpa y yo no debí tratarlo así.

Me mira y niega.

—Fue mi culpa. Yo no quiero que dejes de trabajar para mí —responde—. A mí sí me caes bien, era puro rollo.

Pone una mano en mi hombro intentando consolarme.

—Yo no sabía que te lo ibas a tomar en serio. Pues porque siempre te portas bien necia, pero—me analiza—A mí sí me agradas.

Me levanto, separándome de él.

—Perdón, pero yo ya no puedo trabajar para usted —le dirijo una última mirada—. Adiós.

reloj: junior hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora