21.

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—¿Pero por qué andas tan emputado o qué? —pregunta Pantera cuando me siento a comer a su lado.

—Pues nada más no me dejan largarme de este pinche hotel —respondo serio.

—¿Es eso o no te ha dado de comer ahora la camarista? —pregunta divertido.

Lo miro molesto.

—¿Qué te pasa, pendejo?

Noto que me analiza unos segundos y deja de comer.

—Ya, cuéntame —dice serio—. Has andado así desde hace casi una semana.

—Ya me quiero largar de aquí —digo evadiéndolo mientras como.

—No es eso, ya dime —no quita la mirada de mí—. Tú no eres así y ahora andas a todas horas emperrado.

Suspiro y como otro bocado. Él se rinde y se pone a comer en silencio.

—Ya no estoy con ella —digo después de unos segundos.

Pantera alza la mirada hacia mí, intrigado.

—¿Por qué?

—Me robó.

Noto cómo se sorprende tanto que para de comer y abre ligeramente la boca.

—¿Qué?

—Me hizo pendejo.

—¿Pero cómo? —frunce el ceño.

—La semana que la tuve en mi cuarto, el último día cuando fui a la sesión de fotos —él asiente—, la dejé ahí y le di la contraseña de la caja fuerte.

Suspiro, sintiendo una mezcla de enojo y culpa.

—También fue mi culpa, wey, le conté cuánto costaba la cadena, casi casi se la puse yo —niego con la cabeza—. Y se la llevó.

Pantera mira su plato, confuso.

—Ese día desapareció. En las cámaras del hotel literal sale como corre —continúo—. Pero me parece muy raro que hace una semana vino y apareció la cadena en su vestidor.

Bufo, frustrado.

—No tiene sentido, no entiendo —digo pensativo—. ¿Por qué haría eso?

Pantera alza los hombros.

—Pues tú dijiste que tenía muchas deudas, más el bebé y su familia —responde—. Bueno, pero ¿qué hiciste o qué?

Niego con la cabeza, sintiendo el peso de la situación.

—La verdad la traté medio mal, me sentí bien culpable —admito—. Le dije que yo no iba a sentir compasión solo por saber que le va mal.

Pantera me mira sorprendido.

—Pero también entiéndeme, wey —le pido—. Pues yo sí andaba enculado, y que salga con eso...

—No sabemos qué estaba pasando en su vida, Junior —me contesta—. ¿No le preguntaste?

Niego.

—Bueno, ¿pero sigue trabajando ahora en el otro turno o qué?

Bajo la mirada a mi plato, incapaz de responder.

—Pedí que la despidieran.

—No mames —responde con los ojos abiertos de par en par—. ¿Y ahora qué va a hacer?

—No sé, wey, ya no me digas más —digo, estresado—Me pones peor.

Pantera se queda callado mientras sigue comiendo. El silencio entre nosotros se siente pesado, y el nudo en mi estómago no me deja en paz.

—Oye, pero ese día, ¿el servicio no lo hizo la otra morra? —dice después de varios minutos.

—¿Cómo?

—El día que te fuiste solo a la sesión de fotos, a todos nos hizo el cuarto la morra que también lo hizo cuando mandaste a la verga a tu noviecita.

Frunzo el ceño, confundido.

—¿Pero a todos?

—Estoy casi seguro que sí, yo escuché que fue a todos —responde—. Porque estábamos felices de que ya no tendríamos que recoger nosotros.

Niego, tratando de entender.

—Pero de todos modos, ella no sabe la contraseña de la caja fuerte.

Pantera alza los hombros.

—¿Que no la viste eso en las cámaras?—pregunta—Nuestros cuartos están pegados.

Niego.

—Solo me enseñaron videos donde sale Monserrat —respondo, cada vez más confundido—. Ni siquiera hay uno donde salga la otra morra.

—Pide que te los enseñen completos.

Desde esa conversación en el desayuno, no había podido estar tranquilo en el cuarto. En la tarde, fumaba un porro tirado en la cama, viendo el chat de Monserrat.

Me había bloqueado.

Envié un "hola" solo para confirmarlo, y así fue. Ni siquiera le llegó.

El "¿ahora qué hará?" de Pantera seguía dándome vueltas en la cabeza desde que se fue. Pero yo fui el culpable, no puedo venir con mi papelito pendejo ahora.

Termino mi porro y decido bajar a la oficina donde no había estado desde hace una semana. La chica en recepción me deja pasar inmediatamente, pero cuando abre la puerta, nos encontramos con la escena más incómoda.

El director del hotel estaba besuqueándose con la otra camarista.

Veo a la chica de recepción, que se queda petrificada, y ambos cerramos la puerta. Me doy la vuelta, pero entonces lo entiendo.

Regreso rápido y esta vez abro la puerta con fuerza, obligándolos a que me escuchen.

—¿Interrumpo?

Ambos me miran nerviosos. Analizo la escena y comienzo a sentirme culpable.

—Vengo a ver las cámaras de nuevo, pero ahora de todo el día —digo, mirándolo fijo al director.

—Bueno, yo los dejo, perdóneme, se...

La detengo alzando la mano.

—No, tú te quedas aquí.

reloj: junior hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora