Capitulo 4

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Capítulo 4:
La Huida hacia Ostania

Anya corría a través del bosque, sus pies descalzos golpeando la tierra mojada mientras la lluvia continuaba cayendo en torrentes sobre su pequeña figura. Cada paso la alejaba más del laboratorio, de los horrores que había dejado atrás, pero también la acercaba a lo desconocido. Su corazón latía con fuerza en su pecho, una mezcla de miedo y determinación impulsándola a seguir adelante.

Después de lo que pareció una eternidad, Anya vio a lo lejos las luces de una ciudad. Era Ostania. La promesa de un refugio y la esperanza de seguridad la llevaron a apurar el paso, ignorando el cansancio que ya amenazaba con derrumbarla.

Sin embargo, a medida que se acercaba a las luces de la ciudad, algo comenzó a cambiar en su interior. Un murmullo sordo se convirtió en un grito ensordecedor en su mente. Una multitud de pensamientos, emociones y recuerdos ajenos invadieron su cabeza, como si cada persona en Ostania estuviera hablando directamente dentro de su mente. La intensidad de las voces era abrumadora.

Anya cayó de rodillas en medio de un camino desierto, sus manos agarrándose la cabeza mientras intentaba desesperadamente bloquear los pensamientos que la atacaban. El dolor era insoportable. Su visión se nublaba, y un calor extraño comenzó a recorrer su rostro hasta que sintió algo húmedo deslizarse por su labio superior. Con horror, se dio cuenta de que su nariz estaba sangrando.

El mundo a su alrededor comenzó a girar. Cada pensamiento, cada emoción que captaba, la debilitaba más y más. Anya, en su desesperación, entendió que debía alejarse. Con un último esfuerzo, se levantó tambaleante y se adentró de nuevo en el bosque, alejándose de las luces de la ciudad.

El bosque, oscuro y silencioso, se convirtió en su única protección contra la locura que sentía dentro de su cabeza. Caminó durante lo que pareció horas, sus fuerzas disminuyendo con cada paso. El frío y la humedad la envolvían, pero el miedo a ser capturada la mantenía en movimiento.

Finalmente, entre los árboles, divisó una pequeña cabaña abandonada. Apenas podía creerlo, pero sabía que no tenía elección. Con pasos vacilantes, se acercó a la puerta, la empujó y se adentró en el interior oscuro y polvoriento.

La cabaña estaba vacía, salvo por algunos muebles rotos y un viejo colchón en un rincón. Anya se dejó caer sobre él, su cuerpo temblando de frío y agotamiento. El silencio dentro de la cabaña era un alivio para su mente sobrecargada. Cerró los ojos, permitiendo que la oscuridad la envolviera, y se quedó dormida casi al instante.

Durante una semana, Anya se refugió en la cabaña. El bosque la protegía de los pensamientos ajenos que tanto la atormentaban. Poco a poco, su mente comenzó a adaptarse. Los pensamientos de las personas en la distancia seguían siendo abrumadores, pero Anya empezó a aprender cómo filtrarlos, a soportar la carga sin desmoronarse. Sabía que no podía quedarse en el bosque para siempre; tenía que enfrentarse a la ciudad y encontrar un lugar donde pudiera estar a salvo.

Finalmente, después de varios días de estar sola en la cabaña, Anya decidió que era hora de adentrarse en Ostania. Con más control sobre su mente, se sentía lista para enfrentar lo que viniera. El camino hacia la ciudad fue más fácil esta vez, aunque el temor a ser atrapada seguía latente.

Cuando llegó a las afueras de Ostania, la ciudad parecía tranquila. Se mezcló con la gente, intentando pasar desapercibida, pero su aspecto desaliñado atrajo miradas curiosas. Un policía que patrullaba la zona notó a la niña sola y se acercó a ella con una expresión de preocupación.

"¿Estás perdida, pequeña?" preguntó el oficial con voz suave.

Anya lo miró con ojos llenos de miedo y agotamiento, sin saber qué decir. Los recuerdos de su padre, de su escape, de todo lo que había sucedido, inundaron su mente, y antes de que pudiera controlarlo, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. El policía, al ver su estado, comprendió que algo terrible había sucedido.

"Ven conmigo," dijo, ofreciéndole su mano. "Te llevaré a un lugar seguro."

Anya asintió débilmente, permitiendo que el oficial la condujera por las calles de Ostania. La ciudad, que antes parecía un lugar aterrador, ahora era su única esperanza de encontrar un nuevo hogar. El policía la llevó a un orfanato local, un edificio modesto pero acogedor, donde la recibieron con amabilidad.

En el orfanato, Anya fue atendida y le dieron ropa limpia y comida caliente. Aunque el lugar era extraño, no sentía la amenaza que había sentido en el laboratorio. Sin embargo, el dolor de haber perdido a su padre, el único vínculo con su pasado, era algo que aún llevaba consigo.

Mientras se acurrucaba en una cama nueva, en una habitación compartida con otras niñas, Anya miró por la ventana hacia las estrellas. Sabía que su vida había cambiado para siempre, pero también sabía que debía seguir adelante, tal como su padre le había dicho. En Ostania, comenzaba una nueva etapa, una donde debía encontrar su lugar en un mundo que todavía no entendía del todo.

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