Capitulo 5

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Capítulo 5:
La Niña que No Sabía Jugar

Los días en el orfanato pasaban lentamente para Anya. A pesar de la calidez de las cuidadoras y la compañía de otros niños, ella se sentía profundamente sola. Los demás pequeños reían, corrían y jugaban juntos en el patio, pero Anya se mantenía al margen, observándolos desde la distancia. No entendía cómo unirse a sus juegos, y el miedo de escuchar los pensamientos caóticos de los demás la paralizaba.

Cada vez que intentaba acercarse a los demás niños, la avalancha de sus pensamientos, sus emociones, sus deseos, la abrumaba. El caos mental la obligaba a retroceder, a aislarse aún más. Con el tiempo, los otros niños comenzaron a notar su comportamiento extraño. Murmuraban entre ellos, lanzándole miradas desconfiadas y, a veces, francamente aterradoras. La evitaban, temerosos de la niña que no jugaba, de la niña que parecía estar en un mundo diferente al suyo.

Las cuidadoras del orfanato también notaron que Anya no encajaba con los otros niños. Preocupadas por el bienestar de todos, tomaron la difícil decisión de transferirla a otro orfanato, con la esperanza de que en un nuevo entorno Anya pudiera adaptarse mejor.

Sin embargo, la historia se repitió en cada nuevo lugar al que era enviada. Los otros niños la rechazaban, asustados por su aparente frialdad y su comportamiento distante. Las cuidadoras, aunque bien intencionadas, no sabían cómo ayudarla. Así, Anya fue movida de un orfanato a otro, sin poder establecer ningún lazo, sin poder encontrar un lugar donde encajara.

Con cada traslado, el sentimiento de ser diferente, de ser un error, crecía en su interior. Quería desesperadamente ser como los demás niños, poder correr, reír y jugar sin que las voces en su cabeza la atormentaran. Pero su realidad era otra. No era normal, y eso la hacía sentir profundamente sola.

Fue durante uno de esos días solitarios en un nuevo orfanato cuando Anya descubrió algo que cambiaría su vida. En la sala común del orfanato, había un aparato que emitía sonidos y mostraba imágenes en movimiento. La llamaban televisión. Al principio, Anya no entendía qué era, pero pronto se dio cuenta de algo asombroso: al mirar la televisión, no escuchaba los pensamientos de las personas dentro de la pantalla.

Por primera vez en su vida, Anya podía observar a otros sin que sus voces inundaran su mente. Era como una ventana a un mundo donde todo era tranquilo, donde podía perderse en historias sin ser perturbada por el caos de los pensamientos ajenos. Pasaba horas frente al televisor, fascinada por los programas que allí se transmitían.

Fue en uno de esos momentos cuando descubrió un programa en particular que capturó su corazón: Bondman. La serie seguía las aventuras de un espía intrépido y su lucha por salvar el mundo. Anya se sintió inmediatamente atraída por el personaje de Bondman, no solo por sus habilidades y valentía, sino porque en su mundo ficticio, Anya podía ser parte de la acción sin sentirse diferente, sin escuchar los pensamientos de nadie más.

La televisión y Bondman se convirtieron en su refugio. Aunque seguía sintiéndose aislada en el mundo real, cuando miraba ese programa, podía imaginarse como una niña normal, fuerte y valiente, luchando junto a Bondman. Cada episodio la hacía sentir menos sola, le daba un sentido de pertenencia, aunque solo fuera en su imaginación.

Pero mientras se refugiaba en ese mundo ficticio, la realidad seguía siendo dura. Los orfanatos continuaban sin ser su hogar, y Anya sabía que, eventualmente, sería trasladada de nuevo. Sin embargo, con Bondman en su vida, comenzó a encontrar una pequeña chispa de esperanza, un lugar donde podía escapar, aunque fuera solo por un momento.

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