Capítulo Cuarenta Y Ocho

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LO QUE MÁS QUERÍA THEA EN ESE MOMENTO era quedarse para siempre en donde estaba, en una habitación tranquila, por la que apenas entraba luz, con la respiración acompasada del hombre que amaba contra su cuello y sus brazos rodeándola, aferrándose a...

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LO QUE MÁS QUERÍA THEA EN ESE MOMENTO era quedarse para siempre en donde estaba, en una habitación tranquila, por la que apenas entraba luz, con la respiración acompasada del hombre que amaba contra su cuello y sus brazos rodeándola, aferrándose a ella.

El sillón del estudio de Klaus era lo más cómodo que nunca habría podido imaginar que sería un sillón.

Kol se removió, quejándose cuando la luz de la ventana alcanzó sus ojos.

—Buenos días —bostezó el original, besándola en la mejilla y abrazándola más contra él.

Entonces Thea soltó lo que había estado pensando.

—Vámonos de aquí —pidió en un susurro algo tembloroso —Dejemos que se maten por la cura y huyamos, Qetsiyah no nos buscará en Europa si Silas regresa.

Kol suspiró.

—No quiero huir, especialmente no de ella.

Thea se volteó entre sus brazos y lo miró suplicante.

A Kol se le rompió el corazón al verla tan asustada y desesperada.

—No quiero que vuelvas a morir, no quiero volver a verte morir.

El vampiro era consciente de que Thea estuvo sola gran parte de su vida, y su pasado como Idalia junto a su muerte no hacía más que recordarle cuando había perdido todo en un parpadeo.

Y Kol, como Alec, no quería que ella volviera a sufrir. Idalia se dejó morir para hacer el hechizo que los reuniría dos mil años después, le había fallado siendo débil ante la bruja con la que apenas había cruzado palabras durante toda su anterior vida.

No volvería a pasar.

—Te prometo, mi cazadora, que hoy será el último día que intentemos sacarle la marca a tu hermano. Si no funciona, te llevaré hasta el fin del mundo para protegerte —le susurró con firmeza.

Thea sonrió de lado.

—Te amo, Kol Mikaelson.

Kol sonrió, nunca se cansaría de escuchar eso.

—Y yo te amo a ti, Thea Queen.

[...]

En el grimorio que solía ser de Kol cuando era Alec habían muchísimos hechizos interesantes que le encantaría probar, pero solo encontró uno que le sirviera, un hechizo de convergencia para el que necesitaba un cristal raro, un cristal que solo él había tenido en la antigüedad.

¿Encontraste algo? —preguntó Kol al otro lado de la llamada.

—Sip, encontré tu hechizo de convergencia —mencionó, buscando a Klaus por la mansión.

Un gran hechizo ¿eh? —presumió sonriendo.

—Sí, te lo concedo. El único inconveniente es que necesito el cristal que estaba en el brazalete que te regalé cuando nos comprometimos. Se me ocurrió que, ya que el profesor tenía todo sobre Silas y Qetsiyah, podría tener ese cristal.

𝙷𝚞𝚗𝚝𝚛𝚎𝚜𝚜 | 𝙺𝚘𝚕 𝙼𝚒𝚔𝚊𝚎𝚕𝚜𝚘𝚗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora