30 | DEBILIDAD
Hazel
—¿Preparada?
Me giré hacia mi madre, quien esperaba apoyada sobre el umbral de la puerta del baño del hotel de brazos cruzados.
Pudiendo estar en pijama, con el pelo recogido, los dedos rígidos y los ojos irritados mientras escribía sin parar el último capítulo del libro, me encontraba enfundada en un vestido y unos tacones insoportables, maquillándome hasta el punto de parecer otra persona.
—Supongo que sí —suspiré, moviéndome el pelo con incomodidad y tomando un largo respiro.
Mi madre abrió la boca y se acercó poco a poco con una pequeña sonrisa, situándose a mi lado. Ambas miramos hacia el espejo y, aunque fuese una copia exacta de mi padre, pude ver esa sutil semejanza entre nosotras.
—Estás preciosa —comentó con cariño, frotándome el brazo.
Una pequeña sonrisa emergió de mis labios.
—Gracias. Tú también.
Si había algo que no echaba en absoluto de menos, eran los eventos a los que siempre invitaban a mi padre por parte de la Liga Nacional. Nunca me había hecho especialmente gracia, teniendo en cuenta que hasta hacía cosa de dos meses era incapaz de hablar sobre hockey sin entrar en pánico, pero eso de ir arreglados, beber champán y relacionarse con gente a la que no volverías a ver en tu vida fingiendo condescendencia y amabilidad me revolvía el estómago solo de pensarlo.
Pero ahí estaba. A punto de reaparecer tras casi seis años en uno de esos eventos.
Estuve a punto de echarme atrás, ya que sabía que asistir a esta ceremonia significaba ver a personas a las que trataba de evitar, pero no podía seguir así. Incluso me daba miedo salir de la habitación por si él o sus amigos estaban por allí.
Llevaba casi dos semanas sin saber nada de Logan.
Rectifico: llevaba casi dos semanas sin verlo. Después del accidente en la pista, me escabullí del hospital cuando su madre me echó de la habitación, y entonces me juré que lo evitaría a toda costa. Por primera vez no fue por orgullo, cosa que me sorprendió. Irme de allí solo me provocó más calambres en el pecho, haciéndome sentir culpable. Temblando del miedo por si ocurría algo y no estaba allí, a su lado. Simplemente no quería causar problemas ni mucho menos distraerlo del hockey, teniendo en cuenta que su carrera estaba en auge.
Duré cinco días enteros sin preguntarle a Mara cómo se encontraba. Mi orgullo me decía que sería una ridícula integral si lo hacía, pero la sensación de no saber si estaba bien o si no se estaba recuperando correctamente cada vez era más insoportable.
Según Mara, Logan le escribía casi a diario para preguntar por mí. Eso solía conseguir alterarme tanto que me costaba dormir por las noches, pero sabía que lo mejor era distanciarnos. Tomar distancia prudente de todo aquello, y que cada uno siguiese por su camino.
Pero Logan parecía estar empeñado en cruzar el mío y en dirección contraria hasta colisionar.
—¿Estáis listas? Tenemos que... —la voz de mi padre se quedó suspendida en el aire cuando entró al baño y nos miró a ambas. Sin saber qué decir, boqueó, anonadado —. Dios mío, voy a ser el tipo más afortunado entrando a ese estúpido salón con las dos mujeres más guapas del mundo.
Mamá y yo rodamos los ojos a la vez, sonrojadas.
—Rhys —le reprochó, acercándose y recolocándole la corbata, ya que la llevaba torcida.
—Hacía mucho que no te veía con traje —reí, divertida al advertir cómo tiraba una y otra vez del cuello de la camisa.
—Es tan incómodo —gruñó. Mamá le dio un manotazo para que se quedara quieto y le dejara alisarle el traje —. Esto sería más divertido si James estuviese aquí. Así no sería el único en sufrir.
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El destino de Scott
Teen FictionLa vida de Logan Scott es demasiado perfecta para ser real, o al menos es lo que siempre ha pensado, hasta que su carrera como jugador de hockey en la NHL empieza a culminar la fama tal y como su padre lo hizo años atrás, lo que conlleva algún que o...