14 | Encuentros y despedidas

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14 | ENCUENTROS Y DESPEDIDAS

Hazel

Lo primero que vi nada más despertarme fueron unos rayos de luz insoportables sobre mi cara.

Notaba la garganta seca, las sienes palpitantes y una necesidad de acurrucarme bajo las sábanas y no salir nunca tremendas, pero entonces fue cuando sentí una mano enorme en el centro de mi espalda y mi muslo sobre algo duro.

Despegué los ojos con dificultad y contuve el aliento al ver que la barrera de cojines que Logan había construido anoche, era prácticamente inexistente.

Mi mano descansaba tranquilamente en su pecho, que subía y bajaba despacio, y, por un momento, pensé en qué narices podía haber pasado la noche anterior para haber acabado tan enredados.

Entonces lo recordé. Logan no dejaba de dar vueltas y suspirar y, de alguna forma, medio dormida, debí colocar mi mano en su pecho cuando me rodeó con el brazo.

Como si él necesitara asegurarse de que no iba a marcharme a ningún lado.

Como si yo necesitara comprobar que su respiración se volvía uniforme y lenta.

Como si así fuese a conseguir que se durmiera.

Bueno, en ese momento estaba dormido y con Lanky la jirafa —por supuesto— entre nosotros.

Maldita jirafa.

Cuando hice el ademán de salir de la cama, Logan refunfuñó en sueños y me arrimó todavía más contra él.

Lo observé, ojiplática, y me quedé inmóvil. Tenía la melena alborotada, el ceño algo fruncido al haberme movido y la piel tan tersa y suave que...

Sacudí la cabeza. Tenía que salir de ahí cuanto antes. ¿Qué hora era?

Rápidamente alcancé mi teléfono. Las once. Uf. Todavía tenía tiempo para darme una ducha rápida antes de ir a comer con mis padres.

—Necesito ir a hacer pis —murmuré, tratando de zafarme de su inamovible brazo.

Finalmente me soltó y me dirigí de puntillas hacia allí.

Nada más salir de la habitación, apoyé la espalda en la puerta y entonces fui consciente de todo.

Madre mía.

Había dormido con Logan.

En la misma cama.

En su cama.

Con su maldito peluche de la infancia.

Y se durmió susurrando un "gracias".

Ignoré la forma en la que me estremecí y me froté los ojos en dirección del baño, pero la sed que tenía era tal que solo podía pensar en llegar a la cocina y beber durante cinco minutos del grifo hasta saciarme.

Soñando con hidratar mi lengua igual de seca y áspera que el mismísimo Sáhara, choqué contra algo duro.

La luz que entraba por el salón era muchísimo más fuerte, de modo que me llevé la mano a los ojos mientras me lamentaba por el pequeño golpe.

Y entonces me topé con un hombre de mediana edad, alto, aparentemente atractivo, trajeado y con unos ojos color miel hipnóticos mirándome boquiabierto.

Abrí la boca de par en par. Después la cerré. Noté cómo se me salía el corazón del pecho y luego trataba de volver a funcionar torpemente.

La figura del hombre, imponente e impertérrita, se recortaba contra la luz que se filtraba desde el final del pasillo.

El destino de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora