19 | Todavía aquí

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19 | TODAVÍA AQUÍ

Logan

Había dormido en los mejores hoteles del país, con colchones en los que, nada más tumbarte, sentías que te tumbabas en una nube.

Nada era ni remotamente parecido a despertarme con la pierna de Hazel entre las mías y su cuerpo acurrucado junto al mío. Nada se había sentido tan asombroso como abrazarla durante toda la noche, sabiendo que estaba segura bajo mis brazos. Que no se iría de allí y que nada podría hacerle daño.

El corazón me dio un vuelco nada más abrir los ojos.

Ella seguía aquí.

Me levanté temprano, con cuidado de no despertarla. No tardó demasiado en dormirse y asumí que estaría agotada, así que salí a la cocina y me encontré a mis dos compañeros de piso con su atención puesta sobre mí.

—¿Qué? —Brougher fue quien rompió el hielo, bajándose la taza de café de los labios. Tan solo llevaba encima uno de los pantalones cortos que usaba para entrenar —. ¿Cómo está?

—Cansada —me pasé una mano por el pelo, acercándome a la cocina y tomando un plátano. Me había sentido muy cómodo durante toda la noche, pero estaba jodidamente hambriento al no haber cenado.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó directamente Harvey desde uno de los taburetes de la isla que separaba la cocina del salón. Su ceño llevaba fruncido, aproximadamente, doce horas, desde que Hazel llegó llorando a casa. Sabía que ellos estaban tan preocupados por ella como yo.

Me encogí de hombros, agotado y con un torrente de emociones avasallando mi cabeza.

—Le darás una paliza, ¿no?

—Baja el volumen —le reprendí a Brougher, señalando la puerta de mi habitación, y chasqueé la lengua mientras preparaba el desayuno —. Dejadme el tema a mí y, sobre todo, no la incomodéis.

—Así que sigue aquí —dio por hecho, cruzándose de brazos con una de sus comisuras alzadas.

—Sí —afirmé, dándole la espalda y notando mis mejillas calentándose.

—Pues yo mataría a ese cabronazo, la verdad. Sé que eres un buen tipo, que en la vida se te pasaría por la cabeza, que la violencia está mal y bla, bla, bla, pero esa chica te tiene tan jodidamente obsesionado que, a saber de lo que eres capaz.

Harvey chasqueó la lengua, lanzándole una mirada mordaz.

Pero tenía razón. No sabía exactamente lo que sentía por Hazel. Me atraía, eso desde luego. Solo había que recordar cómo mi cuerpo reaccionaba cada vez que se acercaba a mí, me insultaba o me tocaba, aunque solo hubiese sido un par de veces.

Tal vez obsesión no era la palabra adecuada, pero no andaba demasiado lejos.

—Eres el capitán —me recordó Harvey —. Acuérdate de eso.

O, mejor dicho, "no la cagues reventándolo a hostias por si la junta directiva se entera".

Rodé los ojos. La idea era demasiado tentadora.

—Buenos días.

Los tres nos volvimos al unísono hacia la puerta de mi habitación. Hazel, con el pelo más alborotado y ondulado de lo normal, nos miraba avergonzada desde allí. Irremediablemente, no pude frenarme a mí mismo cuando me encontré dándole un repaso con la mirada.

Era criminal lo jodidamente bien que se veía con mi camiseta, por no hablar de sus piernas, las que horas atrás habían estado enredadas con las mías. Y sus labios ligeramente hinchados, al igual que sus ojeras, tal vez por llorar.

El destino de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora