EXTRA | 2
Logan
Era la quinta vuelta que el tío Drew daba frente a mí mientras hablaba por teléfono, por lo que también era la quinta vuelta que daba yo en sentido contrario, completamente acojonado.
No solo era la primera vez que la veía en dos meses, sino que era el primer contacto que tenía con la vida que había dejado atrás durante todo ese tiempo. Puede que los chicos tuviesen razón y todo siguiera exactamente igual cuando volviera a Chicago, pero tenía la sensación de estar perdiéndomelo todo.
No es que aquí me fuese mal ni mucho menos. Respecto al hockey, tanto mi actual entrenador como el equipo y yo mismo estábamos encantados con mi rendimiento y los resultados. Sí que era verdad que llegaba más ahogado al final de cada partido que antes, pero estaba aprendiendo mucho tanto de mis nuevos compañeros como del equipo y todas las personas que trabajaban arduamente en los entrenamientos, en las sesiones de fisioterapia y en las citas clínicas semanales.
Pero no era lo mismo.
Había hecho algún que otro amigo. Los chicos del equipo habían organizado alguna que otra cena durante este tiempo y me habían invitado, cosa que apreciaba mucho, pero la mayoría de ellos no mezclaba el trabajo con la vida privada. Muchos ya tenían su propia familia, algunos otros estaban de pasada, como yo, y otros pocos lo justo estaban terminando la universidad, así que en lo que respectaba mi vida fuera de la pista, se podía decir que dedicaba mi escaso tiempo libre a estar en contacto con mis amigos, hablar con mi familia y celebrar como un crío de cinco años emocionado cada vez que mis tíos dejaban caer la idea de cenar o comer en su casa.
No podía ser tan quejica. El entrenador Keating y la mayoría de gente tenía razón; una oportunidad como aquella era impensable, y aunque pesara la sensación de estar tan lejos de casa y de todo lo que quería y creer que la situación aquí sería algo mejor, no podía ser tan pesimista. Eso de ver el vaso medio vacío no iba conmigo.
En cuanto una horda de pasajeros comenzó a salir por la puerta de embarque, mis pensamientos desaparecieron de un plumazo y mi cerebro solo pudo concentrarse en ese ceño fruncido bajo una vieja gorra que se me hacía demasiado familiar. Su melena brillante y larga ondeaba junto a sus pequeños pisotones malhumorados mientras analizaba con esos ojazos verdes su alrededor.
Sonreí de oreja a oreja.
Quién diría que estaba a punto de verme.
Como si me hubiese leído el pensamiento, ese ceño fruncido se transformó en unas cejas ligeramente alzadas y una diminuta sonrisa. Casi se me salió el corazón en el pecho al verla ahí, en Vancouver, a escasos metros de mí tras dos meses de videollamadas diarias.
Echaba de menos los entrenamientos con los Howls y pasar tiempo con los chicos pero, sin lugar a duda, ver cómo corría en mi dirección y saltaba sobre mí, estaba en el número uno de la lista.
—Hola, Haze —murmuré, escondiendo la cara entre su pelo y su hombro. Llevaba una sudadera gigante, unas mallas negras y olía de maravilla, aunque mi detalle favorito fue la fuerza que empleaba con sus muslos alrededor de mi cintura —. ¿Cómo ha ido el vuelo? ¿Estás...?
—Cállate y bésame, capullo —soltó un suspiro entrecortado antes de estampar sus labios con los suyos, relajando los hombros y repitiendo el beso cinco veces más.
Estaba completamente perplejo, ya que mi novia no era precisamente fanática del contacto físico, y mucho menos en público.
Y ahí estaba: Hazel Wayland, la chica más gruñona del mundo, haciendo a su novio el tipo más feliz del mundo.
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El destino de Scott
Teen FictionLa vida de Logan Scott es demasiado perfecta para ser real, o al menos es lo que siempre ha pensado, hasta que su carrera como jugador de hockey en la NHL empieza a culminar la fama tal y como su padre lo hizo años atrás, lo que conlleva algún que o...