EXTRA | 1
Hunter
Giré a la derecha en cuanto la perdí de vista, aligerando el paso con las manos metidas en los bolsillos del pantalón de traje que llevaba esa fría mañana.
Si había algo que un Scott cumplía, era conseguir todo lo que se proponía, fuese la locura que fuese porque, una vez me entraba algo en la maldita cabeza, era incapaz de dejarlo pasar.
Estaba seguro de que estaba empezando a perder completamente la cordura. Si de por sí no tenía suficientes preocupaciones durante el día, esta no hacía más que aumentar la maldita lista, pero que pasara de mí solo hacía más que sacarme todavía más de quicio.
Y, por tanto, me hacía ser todavía más persistente.
Cubierto por el árbol que quedaba frente a nuestro portal, advertí cómo uno de nuestros porteros obedecía a mi orden y le tendía todas las bolsas, dejándolas frente a ella.
Tragué con fuerza y fijé la mirada. Sus hombros se destensaron, probablemente al resoplar. El corazón me dio un bote en el pecho en el instante en el que apartó con su tacón de siete centímetros las bolsas de su camino sin interés alguno y, contoneando las caderas, subía los tres escalones y se dirigía hacia los ascensores.
Apreté la mandíbula y esperé dos minutos hasta estar seguro de que no cabía la posibilidad de que bajara de nuevo al vestíbulo para entrar yo mismo.
La cara de Reggie se puso tan pálida como la nieve.
—Señor Scott, le juro que, como las dos anteriores veces, le he ofrecido lo más amablemente posible su compra, pero ella...
—La ha rechazado con la misma tozudez por tercera vez —adiviné, a lo que él apretó los labios y agachó la cabeza, asintiendo. Solté un resoplido y me regañé a mí mismo por haber sido tan ingenuo, primero pensando en si no era la marca de su agrado, y después llegando a la conclusión de que quien no era de su agrado era yo y nuestra situación desde hacía unos años. Cómo no —. Súbelo en cuestión de veinte minutos.
Sus ojos casi se salieron de sus órbitas mientras me seguía por detrás hacia el ascensor.
—P-pero la señora Scott...
Me alisé la americana y suspiré con cansancio.
—La señora Scott deberá hacer limpieza en su armario para meter todo esto en el armario, y Reggie —dije antes de que se cerraran las puertas —, tutéame de una vez, por favor. No eres mi esclavo.
—De acuerdo. En veinte minutos tendrán todo arriba.
—¿Qué te acabo de decir? —enarqué una ceja, pulsando el número once.
—Ah, está bien, te tutearé a partir de ahora —aseguró, rascándose su nuca calva —, pero a ella... —se encogió de hombros con una sonrisa nerviosa y las puertas se cerraron.
Una vez solo en el amplio ascensor, clavé la mirada en el techo dorado con dibujos intrincados del mismo color, tan cansado como obsesionado de este pequeño juego al que llevábamos sometiéndonos los dos últimos meses.
Ahora que estábamos completamente solos en Chicago con Ty en Boston atendiendo a su prometida embarazada y el negocio y a Logan en Vancouver jugando con los Canucks, tan solo quedábamos mi mujer, yo y la relación de perros que llevábamos teniendo desde entonces.
No es que discutiésemos, sino que directamente me evitaba, y yo nunca había sabido manejar demasiado bien los rechazos.
No me sentía demasiado orgulloso de decidir aquello, pero cuando contraté un detective privado para que la siguiera a diario —no solo para protegerla del mundo, sino para protegerse a sí misma de su ser más inseguro, ese que desde que la conocí le llevaba a cometer errores como la bebida o recurrir a su padre —, me di cuenta de que había vuelto a todos esos malos hábitos.
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El destino de Scott
أدب المراهقينLa vida de Logan Scott es demasiado perfecta para ser real, o al menos es lo que siempre ha pensado, hasta que su carrera como jugador de hockey en la NHL empieza a culminar la fama tal y como su padre lo hizo años atrás, lo que conlleva algún que o...