1 | Cinco palabras

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1 | CINCO PALABRAS

Hazel

Tener que entregar un libro el mismo día en el que has tenido el peor examen de tu vida mientras que tu nueva compañera de residencia se muda a tu habitación, puede llegar a ser algo frustrante.

En mi caso, me faltaron menos de cuatro segundos para tirarme de los pelos.

En el momento en el que llamaron a la puerta, supe que tenía que evadirme del mundo exterior. Literalmente.

—Vamos, no seas tan...

—¿Antisocial? —completé por él, agarrando ropa cómoda y dirigiéndome al baño.

Jake torció la cabeza, resoplando.

—Tan cabezota.

Una sonrisa curvó sus labios y yo rodé los ojos.

—No soy cabezota, solo... necesito algo de soledad —repliqué agobiada. Una ducha seguro que me sentaba de maravilla.

O, al menos, conseguía quitarme las ganas de arrancarme los pelos uno a uno.

—Es tu nueva compañera de habitación, creo que lo mínimo que podrías hacer sería... —cerré con vehemencia la puerta del baño dejándole con la última palabra en la lengua.

Escuché varios improperios y golpes en la pared cuando subí el volumen de la radio. Sonaba Morgan Wallen y canté más alto de lo que debería tan solo por sacarle de sus casillas a mi mejor amigo.

Yo no era la que había decidido añadir una nueva compañera de habitación después de que Tina se marchara. Nunca llegamos a ser amigas, pero tampoco nos molestaba la presencia de la otra, o al menos eso creía.

A mí no me molestaba con el heavy metal a todo volumen; he de reconocer que la chica tenía un buen gusto musical, pero también temía acabar sorda a la temprana edad de los veinticinco. Por suerte, su habitación estaba al otro extremo de la zona común con el salón de por medio, así que no compartíamos pared.

Tampoco replicaba cuando teníamos algún problema de convivencia y le informaba de que, si no dejaba de traer gente extraña a nuestra habitación sin avisarme para fumar o... hacer lo que diablos hiciesen ahí dentro, se lo comentaría a secretaría.

Ella solía dedicarme una de sus miradas letales con su enorme delineado, y literalmente lo único que añadía era que que solo le haría un favor si la echaba porque no soportaba a "una escritora enferma" viviendo bajo su mismo techo.

La residencia de la universidad era bastante completa: mis padres quisieron asegurarse de que no me faltaba de nada, y era todo un chollo poder vivir a dos minutos paseando de mi facultad, teniendo no solo una cama, sino una habitación para mi sola, y un salón y una pequeña cocina compartida con lo que me apañaba perfectamente.

Yo insistí en que me las arreglaría perfectamente en un apartamento para mí sola, pero mis padres prefirieron probar el primer año de la universidad en la residencia, y allí seguía.

No sentí remordimiento absoluto cuando mi mejor amigo me gritó desde el pasillo para que bajara el volumen y saliera del baño. Y cuando lo hice, solamente fue para salir del minúsculo apartamento con mi libreta y mi portátil bajo la axila y correr hacia la biblioteca de mi facultad. Me dejé caer en una de las sillas libres tratando de eliminar todo el ruido de mi cabeza. Me crují los dedos, me puse mis gafas para leer y comencé a teclear a la velocidad del rayo, porque Lauren me iba a matar si para ese fin de semana no tenía el manuscrito terminado.

Mi editora no es que fuera demasiado exigente. O tal vez sí. No sé. Lo que sí sabía era que la fecha de entrega llevaba siendo la misma siete meses atrás, cuando me comentó que, si firmaba el contrato, mi primer libro estaría publicado en físico medio año después.

El destino de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora