Capítulo 4 (II)

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—De acuerdo —dijo el coronel Ferva detrás del proyector—, se lo preguntaré de nuevo para cerciorarme de que lo ha entendido: ¿cuál es su objetivo, señor Rodel?

René tragó saliva y se apretó en su propio abrazo, sentada al otro lado del proyector que manejaba el coronel, en la oscuridad de aquel cuartucho en el que la habían encerrado. Al menos no seguía en el calabozo.

—Encontrar a Aura Veheroz —respondió en un susurro. El coronel arqueó las cejas en la penumbra y la miró asintiendo, como un profesor que estuviese esperando la respuesta de su alumnado—. Viva o muerta.

—En efecto, ese detalle es primordial. Creemos que sigue con vida. No se deje engañar por el hecho de que sea una mujer, Veheroz ha demostrado ser una criatura absolutamente falta de escrúpulos. Es peligrosa; en caso de duda, dispare a matar. ¿La conocía, verdad?

—Hace mucho tiempo de eso. Somos de la misma promoción de Acis.

—No espere encontrarse con una antigua compañera de la Academia.

Ferva introdujo la diapositiva, y en la proyección de la pared lisa apareció la fotografía de un hombre pelirrojo de mediana edad, de barba poblada y canosa, y con una enorme cicatriz en la cara; salía de un coche acompañado por otros dos más jóvenes, a suponer escoltas. A simple vista, ninguno de los tres parecía la compañía ideal para disfrutar de una agradable conversación junto a un té con pastas y una partida de ajedrez.

—César Norvoa —siguió el coronel—, líder del clan Norvoa. Veheroz es su mano derecha. O lo era. —Pasó a la siguiente diapositiva, y aparecieron dos fotografías más, pegadas de una forma muy poco profesional para que cupieran en la misma transparencia; en ellas figuraban otros dos hombres, también captados desde un objetivo discreto. Ambos tenían rasgos muy parecidos a los de César, solo que uno era más viejo y el otro más joven que él—. Vico y Pol Norvoa, sus hermanos. Vico es al que le correspondería estar al mando, pero por alguna razón que desconocemos ese papel lo ocupa César. Y eso —volvió a cambiar de diapositiva— nos lleva hasta el heredero del trono: Leo Norvoa.

En la fotografía aparecía un hombre joven, quizá poco mayor que ella. Por sus facciones y su cabello taheño, sin duda era de la familia. Caminaba junto a una muchacha de larga melena oscura que bien podría haber salido del cuadro de Las Musas de Umerí. Recordaba a Aura como una de esas personas con un halo alrededor; en su postura, en su forma de mirarte, en su tono de voz había algo casi magnético. Y era evidente que podía apreciarse incluso en fotografías.

—Veheroz entró en el Programa de Fuerzas Especiales en el año 47, poco después de graduarse en Acis —siguió Ferva. La diapositiva cambió, y ahora solo aparecía Aura en un retrato frontal con el uniforme de la Academia. René miró aquellos ojos grandes y oscuros, y tuvo la sensación de que la miraban a ella—. Por aquel entonces, Templanza necesitaba jóvenes talentos para el Servicio Secreto, y el expediente de Veheroz llamó la atención. Se la reclutó como parte de la operación Gnosis, promovida desde el Ministerio de Seguridad y Control; había demasiada opacidad respecto a los clanes, la Fortaleza necesitaba a alguien dentro que pudiera acabar con esas lagunas. Conocer el funcionamiento de esas organizaciones es crucial para combatirlas, y ahí, debo admitir, el antiguo gobierno tuvo su acierto. A Veheroz se la envió con los Norvoa, justo como a usted, aunque en circunstancias muy diferentes.

»Según los informes redactados en aquellos días, el trabajo de Veheroz era impecable; en un principio. Consiguió la confianza de César en tiempo récord, y tanto fue así que hasta se ganó un puesto en la mesa junto al resto de la familia. Pero entonces los reportes comenzaron a fallar, las informaciones ya no eran tan precisas y desde el Ministerio se temió lo peor: que César hubiera descubierto la identidad de nuestra agente. —El coronel hizo una pausa breve mientras ponía de nuevo la diapositiva anterior, en la que Aura y Leo caminaban de la mano—. Nada más lejos de la realidad. Al parecer, nuestra infalible Veheroz tenía otros intereses. Templanza perdió toda conexión con Veheroz en el verano del 50, cuando contrajo matrimonio con Leo Norvoa mediante un rito pagano muy poco ortodoxo. ¿Va entendiendo ya por qué está usted aquí, señor Rodel?

René asintió sin mucho convencimiento, con la vista fija en la proyección. El coronel cambió otra vez la diapositiva, y ahora apareció otro hombre en la treintena, moreno, corpulento y con la nariz torcida, que miraba a cámara con cara de pocos amigos mientras sostenía un cartel con sus datos; era la fotografía de un expediente delictivo de archivo.

—En diciembre del 55, Carso Salazar, hijo menor del capo Gael Salazar, es hallado cadáver en territorio Norvoa. Se desconocen las causas porque ambos clanes eran aliados en aquel momento; también se desconoce al responsable, aunque la simultánea desaparición de Veheroz la incriminó de inmediato. A fecha de hoy, 14 de octubre del 57, su paradero sigue siendo desconocido.

Dicho esto, Ferva apagó el proyector y encendió la luz de la habitación. Las pupilas de René se contrajeron hasta doler cuando el tubo fluorescente devolvió el escaso color a aquel cuarto gris y aséptico.

—Como podrá suponer —continuó el coronel, que se cruzó de brazos frente a ella y la miró desde arriba con esa sonrisa que le ponía los pelos de punta— necesitamos encontrar a esa mujer; nos trae sin cuidado que acabara o no con la vida de Salazar, pero es una mina de información, tanto respecto a los clanes como a la propia Fortaleza. Su ausencia nos compromete; provoca una incertidumbre innecesaria que el Partido se ve obligado a atajar cuanto antes, ya que la incompetencia del anterior gobierno lo impidió. Además, Veheroz debe ser juzgada por alta traición, entre otros de los muchos cargos que se le imputan; solo así podremos seguir defendiendo a Templanza como ejemplo de justicia. Mi cometido es acabar con todo aquello que pueda perjudicar al correcto y virtuoso funcionamiento de las sagradas instituciones; el suyo, señor Rodel, es obedecer las directrices que se le darán para conseguir su objetivo. Ese objetivo nos engrandecerá a todos, no solo a usted. ¿Lo entiende?

René sentía el pulso en los oídos. Todavía no acababa de asimilar el punto que más le preocupaba de todo aquello: iban a mandarla lejos de Darma, al seno de una de las organizaciones criminales de devis más peligrosas de todo el sur. No estaba preparada. ¿Cómo iba a estarlo? Era mentora de sanadores, su trabajo consistía en justo lo contrario: instruir para curar, para salvar, para prevenir incluso. La segunda ley de la Sanación era «siempre sanar sin dañar; si debes dañar para sanar, no es la opción óptima»; la primera ley era «siempre hay una opción óptima; encuéntrala». Aunque su cabeza bullía entre la información y las emociones que empujaban para desbordarse, René no hallaba la opción óptima de aquella situación por ninguna parte.

—Señor Rodel —la voz melodiosa del coronel la sacó de sus cavilaciones—, ¿lo ha entendido?

René parpadeó confundida. Empezaba a sentir un mareo inmersivo que la llevaba poco a poco a un estado de disociación preocupante, en el que ella misma parecía otra persona; como si fuera otra la que había tocado fondo, como si su vida continuara su curso de carrusel social disgregado del plano terrenal al ritmo de fiestas temáticas en chalets de lujo, limusinas alquiladas por horas y trajes de Pasamena. Qué tristemente superficial le parecía ahora su existencia hasta ese día; y cuánto empezaba a echarla de menos.

—Le recomiendo —siguió Ferva— que aproveche esta conversación para resolver cualquier duda que pueda tener sobre la operación. Deberá partir cuanto antes, y no volveremos a vernos en mucho tiempo. Aunque mantendremos una concisa y oportuna comunicación a distancia que consistirá en sus reportes semanales. —El coronel alzó las cejas con su impostada benevolencia—. Por última vez, ¿lo ha entendido?

René tragó el nuevo nudo que se le había formado en la tráquea y asintió solo una vez, como si repetir el gesto fuese a demostrar su aprobación.

—Bien —sonrió Ferva complacido—. Volvamos a empezar. Dígame, ¿cuál es su objetivo, señor Rodel?

FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora