Capítulo 5 (II)

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Al coronel Ferva:

Me dirijo a usted antes de lo previsto porque estimo oportuno comunicarle que me dispongo a viajar al norte por orden de la cúpula. Sé que esta contingencia repentina representa un cambio considerable respecto al plan establecido, pero no me ha sido posible negarme sin causar sospechas. Todavía no se me ha dicho destino más que «el norte», como algo genérico. Sin embargo, puede dar por hecho que contactaré con usted en cuanto me sea posible para revelarle mi posición. De momento, puedo decirle que no viajo solo, pues Leo Norv... 


—¿Vas a tomar algo más?

René dio un respingo en su asiento, y arrugó la servilleta en el puño como si acabaran de pillarle la chuleta en un examen.

—No, gracias —le respondió a la camarera forzando una sonrisa—. ¿Te cobras?

—Claro. Serán tres con cincuenta.

La joven esperó con un brazo en jarra y mascando chicle de una forma un tanto ruidosa, mientras ella echaba mano al bolsillo de su gabardina para sacar un puñado de monedas.

—Quédate con el cambio. ¿Podría usar el teletipo?

—Claro. Serán dos con cincuenta.

René miró el puñado de monedas que aún estaba sobre la mesa, junto a su taza casi intacta. Había decidido darle una oportunidad a ese brebaje que olía a agua de fregar más que a café, pero con mojarse los labios bastó para cambiar de opinión. ¿En serio se bebían eso, o solo lo servían a los forasteros?

—Ahí van casi siete —respondió afinando el tono de cortesía.

—Has dicho que me quedara con el cambio.

Durante un breve instante, lo único que se escuchó entre ellas fue el ruido del chicle dando vueltas. Le habría gustado decirle a aquella chica maleducada que cerrara esa bocaza de pelícano, cogiera las puñeteras monedas y fuera adonde quiera que vaya esa gente a aprender atención al cliente antes de volver a dirigirse a ella; sin embargo, rebuscó de nuevo en su bolsillo.

Desde la entrada del bar se oyó la campanita de la puerta. Una ráfaga de viento se coló de repente, y René sintió el helor en la nuca. De pronto, tanto los murmullos como el tintineo de la cubertería se acallaron como si alguien hubiera bajado el volumen de una radio, y cuando levantó la vista vio cómo todas las miradas se dirigían a un mismo punto más allá de su espalda; la camarera dejó por fin de masticar su chicle. Un silencio enrarecido se extendió entonces por el comedor del bar como la ventisca que se había levantado aquel día del demonio.

René captó el sutil gesto de mentón que el barman hizo para señalarla, y en un movimiento rápido que buscaba pasar desapercibido, se guardó en la gabardina la servilleta donde había escrito el mensaje que iba a enviarle a Ferva. Ella y su dichosa manía de escribir un borrador hasta de la lista de la compra. Nunca se había tragado una servilleta, pero se alegró en ese momento de que fuera una servilleta.

La camarera cogió las monedas y se esfumó, y René supo que era demasiado tarde para girarse sin llamar la atención; aunque, llegados a ese punto, ya era indiferente. No le dio tiempo a hacerlo; una sombra alta se proyectó sobre su mesa, y cuando ella miró hacia arriba, lo reconoció al instante.

El tiempo volvió a correr como de costumbre cuando Leo Norvoa se sentó frente a René, y todos los presentes retomaron sus asuntos previos a la interrupción; no sin dejar caer de vez en cuando alguna mirada de soslayo hacia la mesa. Aun así, la mirada que más le preocupaba era la de aquel hombre que acababa de entrar. Seguía siendo joven, aunque no tanto como cuando lo vio en la fotografía del coronel, y algo le decía que los años no lo habían tratado del todo bien. Tenía cierto aire a un actor de cine famoso que solía interpretar papeles de tipo duro, y cuyo nombre siempre le costaba recordar. Solo que no era un actor. Y eso era lo que decía la mirada que le estaba clavando: «esto no es ningún juego». Fue en ese momento, delante de aquellos ojos grises que envenenaban el aire que estaba respirando, cuando fue consciente de la realidad en la que se encontraba; ni cuando la detuvieron como a una delincuente en su propia casa, ni cuando ese desgraciado de Ferva la chantajeó para enrolarla en aquella misión kamikaze. Ese fue el instante que se la tragó de golpe para despojarla de todo lo que era antes, y la vomitó convertida en otra cosa.

FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora