Capítulo 12

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—Estoy de acuerdo, coronel —dijo el dux alzando la copa de brandi—. La sobriedad es una cualidad inestimable en un hombre, pero hágame el favor de aceptarla.

Diago miró de nuevo el vaso que le ofrecía y declinó por segunda vez la invitación con una sutil reverencia.

—Estamos de celebración, todo está saliendo según lo previsto —insistió sonriente—. Permítaselo.

—No es cuestión de permiso, señor. Me hice una promesa hace mucho tiempo.

El soberano lo miró de medio lado, y entonces bebió de la copa.

—Es un hombre de convicciones firmes, por lo que veo.

—No habría llegado hasta aquí de otra manera.

Conde sonrió por una comisura.

—Me gusta su actitud, coronel. Dígame que me trae buenas noticias.

Diago avanzó un paso cuando el dux se lo indicó con un gesto, marcando el tacón de sus botas contra el suelo, y se dispuso a tomar asiento al otro lado del escritorio.

El despacho era la antigua cámara del consulado, donde los dos antiguos cónsules debatían para rechazar o ratificar las propuestas de los diferentes ministerios. Solo un puñado de ojos afortunados había podido disfrutar de su opulencia, sus marcos de oro, su suelo de mármol rosa y esos angelillos pintados en la ornamentada bóveda del techo que a Diago le hacían preguntarse quién había decidido hacerlo encima de sus cabezas y no en los muros. Algo así debió pensar el propio Conde cuando tomó el consulado y eligió esa sala como despacho personal, pues había mandado reubicar en él la mayoría de cuadros y obras de arte esparcidas por los edificios de la Fortaleza, convirtiendo aquella sala en un museo improvisado donde Umerí y Godaltes compartían pared a pesar de los casi doscientos años y tres corrientes pictóricas que los separaban. Todo un despropósito, en opinión de Diago, que se alejaba de los principios que el Partido tanto se esforzaba en inculcar, y de los que tan orgulloso se sentía.

—La nueva cúpula de la Cámara de Comercio le envía sus más cordiales saludos, señor.

—Espero que no me obliguen a volver a intervenirla.

—Eso no será necesario. Las directrices han quedado más que claras esta vez.

Conde asintió para dar su aprobación.

—¿Novedades en El Paso?

—Nada, señor. En la frontera todo sigue como hasta hace unas semanas, aunque la cifra de disidentes capturados no deja de aumentar.

—¿La prisión de Liev tiene suficiente capacidad para todos ellos?

—No. Pero ya me estoy encargando.

El dux lo miró a los ojos mientras sorbía de su copa, esperando impaciente a que continuara.

—¿Y bien?

—Me he tomado la libertad de poner en práctica un nuevo sistema de «reclutamiento excepcional».

Conde arrugó el ceño y sorbió de nuevo.

—Explíqueme eso, coronel.

—Dado que Liev dispone de recursos limitados, y muchos de los campos de trabajo todavía están en construcción, se me ocurrió que sería una buena oportunidad para inflar las bolsas de reclutamiento destinadas a misiones especiales. Muchos de esos disidentes son personalidades importantes, gente que tiene mucho que perder en Darma. Usar esa influencia en nuestro beneficio puede ser muy productivo, señor.

FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora