Capítulo 5 (I)

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César, amigo mío:

Me ha alegrado mucho saber de ti, aunque sea en estas circunstancias. Sé que el tiempo entre nosotros no transcurre de la misma forma que suele hacerlo, y siempre es agradable recordarlo, más si cabe en estos días convulsos en los que sobrevivimos.

Siento lo de tu muchacho; la guerra suele azotar más fuerte al que menos tiene que ver con ella. Aun así, he de decirte que el hecho de saber que Leo todavía respira me causa bastante alivio, dicho sea de paso. Ese cabrón sigue siendo lo más parecido que tengo a un hijo. No hace falta que te diga que aquí se le recibirá como tal.

Respecto al camino, deja que te haga una advertencia: la Guardia ha subido hasta El Paso y ha levantado una aduana en el Puente Vivo, por lo que la carretera del norte queda descartada para llegar hasta aquí. Hay una ruta alternativa, aunque algo más... incómoda; desde Moscosa parte otro camino hacia el norte. No será un viaje agradecido, es una antigua vía de pastores por donde es imposible transitar en vehículo; no en vano Moscosa es la ciudad de los caballos. A menos de 100 leguas siguiendo esa ruta hay una aldea llamada La Sana. Leo preguntará allí por Jelier, y cuando lo encuentre le saludará diciendo «hoy el cielo es más azul»; esto último es importante recordarlo, porque le responderá «y lo será mañana» para saber que es el hombre que busca. Él le indicará cómo ponerse en contacto conmigo, y Leo esperará allí mis instrucciones.

Mis mejores deseos están con vosotros,

Damne


Leo leyó la carta una segunda vez.

—Yo tampoco tenía ni idea de que estaba en el norte. —César había esperado paciente a su lado a que acabara.

La gente, figuras de negro cabizbajas y con rostros macilentos, empezaba a dispersarse; la ceremonia había terminado, y los enterradores ya habían bajado el féretro. Los silbidos del viento de aquella mañana blanca e inclemente acompañaban al llanto de la madre de Soni, y Leo podía escucharla como si estuviera llorando en su hombro, aunque había preferido mantenerse en la parte más alejada del camposanto que le permitiera estar allí sin estar. La noche anterior le dio muchas vueltas al hecho de ir o no ir. Se decantó por lo primero a favor del respeto hacia el chico, pero ahora se estaba arrepintiendo. Aquel lugar le revolvía el estómago.

—¿Te contactó ella? —preguntó todavía con la vista fijada en el papel.

César asintió prendiendo su cigarrillo, con la mano ahuecada para contrarrestar el viento. Dejó caer la cerilla humeante al suelo, que recorrió varios metros de césped hasta perderse en un charco. Después le ofreció uno a Leo, pero lo declinó; todavía le dolía el costado al fumar.

—Le escribí a Edgar para ponerle al corriente y pedirle tu asilo. Y esta fue la respuesta.

—No menciona a Aura.

—Me he fijado. —El humo blanco serpenteó desde la nariz de César—. Lo sabe. Pero eso no es lo que me preocupa; si los filis han subido tanto, tendrás que ir con mucho cuidado. Moscosa está bastante alejada de la Periferia, pero aun así no bajes la guardia. Podría haber patrullas peinando la sierra y buscando refugiados.

Leo dobló la carta para guardársela en el bolsillo interior de su cazadora de aviador.

—Quémala —dijo César—. Solo Damne, tú y yo sabemos adónde vas. —Después dio un paso atrás para marcharse, pero se detuvo—. Por cierto, hablando de refugiados... Una de las cuadrillas ha encontrado a uno en la frontera. Tendrás compañía en el viaje.

—¿Cómo que compañía? —Leo levantó la mirada despacio.

—Solo es un muchacho desarmado y cagado de miedo. No pinta nada aquí, no puede quedarse. Lo mejor es que suba contigo y busque suerte en otra parte, porque aquí no la va a encontrar. —Dio otra calada y tiró la colilla al barrizal que hacía de alfombra en la zona donde acababan de cavar nichos—. Además, no te vendrá mal otro par de ojos en el camino.

Como vio que Leo no iba a decir nada más, se dio la vuelta. Si algo no soportaba César Norvoa era el silencio que no sabía cómo llenar.

—Mira bien por dónde vas —dijo de espaldas— y procura mantenerte con vida.

—Ni siquiera vas a despedirte. —La sonrisa de Leo era sulfúrica.

—No hace falta. Volverás pronto.

Leo vio cómo su padre se alejaba por el sendero de cipreses mientras pensaba en lo poco convincente que había sonado eso. Después echó a andar por el camino que se abría a su derecha para dar un rodeo y evitar cruzarse de nuevo con César; o lo que era peor, con algún familiar de Soni.

El viento soplaba fuerte, tanto que le obligó a subirse el cuello de la cazadora para cubrirse el suyo. No había mucha gente por aquella parte del cementerio, solo algunas pocas personas desperdigadas alrededor de alguna sepultura; el ala norte estaba reservada para los que podían permitírsela, y los ricos eran menos y se morían con menos frecuencia. El paisaje funesto de tumbas desordenadas e hincadas en el césped fue dando paso a ornamentos en mármol y panteones. Altares con ofrendas y flores frescas que nadie se atrevía a tocar, retratos de los difuntos enmarcados en plata y bronce. Leo soltó una risilla acre para sí ante la ironía del asunto; no es el amor lo que sobrevive a la muerte, como le habían contado a él cuando subió al altar; es el dinero lo que trasciende. Al fin y al cabo, los libros de Historia están llenos de ricos y poderosos, que al caso es lo mismo, y no de mindundis con un corazón enorme pero que no tenían dónde caerse muertos.

La cabeza de un lobo de mármol veteado apareció imponente al final de un pasillo donde la competencia ornamental era bastante alta. Leo sintió un escalofrío por la espalda, pero no fue el viento helado la causa. El subconsciente le había puesto la zancadilla y lo había llevado hasta la tumba de Aura.

Apretó los puños y pensó en darse la vuelta y desandar el camino, arriesgarse a cruzarse con la madre de Soni y que le escupiera en la cara; era lo menos que se merecía. Pero entonces recordó que quizá era la última vez que podría visitarla. La alianza empezó a girar en su anular, y entonces dio un paso al frente.

Se detuvo a las dos zancadas. ¿Visitar a quién? Ella no estaba allí.  

FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora