La cabaña estaba a oscuras y con la puerta abierta de par en par; algo no iba bien.
Eli había empezado a ver las huellas desde el puente de piedra, casi una milla atrás. Eran dos personas, y llevaban varios días por la zona. ¿Amigos o enemigos? Imposible saberlo si no se acercaba. No solo llegaban desde el sur buenas gentes buscando una vida mejor, sino también maleantes que huían de la purga de los filis. Los caminos ya no eran tan seguros.
Decidió avanzar y atajar rápido el problema. Salió de la maleza y enfiló por el sendero empedrado que se dejaba ver entre el musgo y la hierba. El cielo ya tenía un tono malva, las últimas luces del día estaban a punto de apagarse; necesitaba pasar la noche a cubierto bajo el techo de esa cabaña.
Cuando cruzó el umbral de la puerta, el chillido de las tablas del suelo la delató. Esperó unos segundos inmóvil, pero nada ni nadie reaccionaron a su llegada. Así que volvió a intentarlo; le pareció que debía tener buenos modales.
—¿Acros?
No, sabía que el viejo no iba a responderle. Pero por algo tenía que empezar.
—¿Estás ahí?
Caminaba con sigilo, en la penumbra, esquivando las torres de libros y los artilugios bizarros que se mezclaban con los montones de basura. Olía peor que de costumbre. Y era un matiz diferente.
Se dejó conducir por el hedor, temiendo que su intuición tuviera razón una vez más, y llegó hasta un cuarto pequeño que Acros utilizaba de botica. Las moscas zumbaban entorno a un bulto que había tirado en el suelo; el hedor era asfixiante en aquella cámara.
Eli sacó la caja de cerillas del petate y consiguió encender un candil que encontró entre los cachivaches de la mesa de trabajo que había en medio de la habitación. La luz anaranjada le confirmó que era el viejo nigromante el que yacía bocabajo, y por su estado debía llevar allí al menos una semana; quizá algo más, teniendo en cuenta las heladas nocturnas. No había sangre ni heridas a la vista. Miró a su alrededor buscando algo que le llamara la atención. Nada indicaba que se hubiera resistido, y no consideró necesario tocarlo para ver lo que había pasado; llevaba mucho tiempo sin usar sus dones, y prefería que siguiera siendo así. Había sido muerte natural; los nigromantes eran longevos, pero finitos al fin y al cabo, y Acros debía tener ya algunos cientos.
Esto cambiaba las cosas de forma radical, ahora tenía que dar con otro proveedor. Sin pensarlo, empezó a buscar por todo el cuarto, en los cajones, las alacenas, entre toda la porquería, hasta que encontró un saco pequeño de cuero negro atado con cinta de raso. El aspecto le era familiar; lo inspeccionó con precaución y enseguida pudo verificar que era la ceniza de tejo. Aquel saquito contenía poco más de lo que solía darle Acros, pero esperaba que fuera suficiente hasta que consiguiera otro contacto. Se lo guardó en el petate y siguió buscando por si algo más podía serle útil; el viejo ya no iba a necesitarlo.
Escuchó el crujido de la madera y unos pasos torpes que se creían sigilosos. Intuía que no estaban demasiado lejos de la cabaña porque las ascuas de la chimenea todavía humeaban cuando entró. Así que cogió el candil y salió a recibirlos.
—¿Quién va? —dijo el más flaco de ellos, y apuntó con su arma. Era una Taurus de 38 mm; se dejaron de fabricar después de la guerra.
En cuanto vieron que se trataba de ella, algo cambió en sus expresiones. Algo que a Eli no le gustó.
—Estoy de paso —respondió. Apoyó el candil despacio a sus pies y levantó las manos con las palmas hacia fuera—. Solo quiero resguardarme del frío esta noche, y después partiré al amanecer por donde he venido.
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FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)
FantasyLeo busca a su mujer, Aura. René busca su libertad, y para ello tiene que encontrar a Aura. El coronel Ferva busca su gloria, así que también está buscando a Aura. Pero, ¿quién es Aura y por qué todos quieren encontrarla? En un mundo donde los fili...