Capítulo 14 (I)

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Por supuesto que Leo volvió antes de una hora.

Cargado con las dos mochilas, y con una rienda en cada mano, cruzó la plaza atravesando el gentío. No entendía mucho de caballos, pero estos dos tenían cuatro buenas patas para cargar con ellos hasta La Sana, y con eso bastaba. Y solo por algo menos de quinientos lucios, ensillados y todo; tal y como estaban las cosas, no había sido mal negocio.

Ató los caballos al poste más cercano a la puerta del casino, le lanzó una moneda de veinte céntimos a un joven mozo para que les echara un vistazo, y entonces entró.

No le gustó lo que vio. No le gustó nada.

Blay estaba sentado en la barra, donde lo dejó; solo que ahora lo acompañaba la dama del calte y un señor armario con ropa apretada y cara de mala leche. La conversación no parecía muy fluida, porque la mujer, aunque sin perder su expresión cordial, apuntaba por lo bajo a Blay con un pequeño revólver de cañón corto. El resto del bar estaba desierto; hasta el camarero se había escabullido en alguna parte de la barra.

Antes de que pudiera avanzar, la mujer lo interceptó con la mirada, y entonces sonrió. Leo se quedó clavado allí mismo, a pocos pasos de la puerta, y le devolvió el gesto dejando caer los dos macutos para levantar despacio las palmas de las manos.

—Leo Norvoa —dijo ella—. Tu amigo Blay no mentía; ibas a volver.

Cruzó una mirada rápida con Blay; estaba tan cagado de miedo que le temblaba una pierna. Leo suspiró mirando sus botas, y procuró poner buena cara cuando alzó de nuevo la barbilla.

—Nos conocimos en la partida de calte, pero todavía no sé cómo te llamas.

—Me llamo Osla, y vengo como representante de Tío Gallo.

Ese nombre. Ese nombre hortera de personaje de viñeta. Lo había oído alguna vez en la Quinta, pero César solía cambiar de tema.

—No tengo el placer de conocerle.

—Tranquilo —sonrió Osla sin perder la firmeza con la que empuñaba el revólver—, hemos venido precisamente a poner remedio a eso. Tío Gallo está muy interesado en reunirse contigo. No todos los días se ve a un Norvoa por estas tierras.

Miró otra vez sus botas mientras se cagaba en su maldita suerte. Había salido vivo de milagro de un atentado en su propio barrio, tan solo unos días atrás; había tenido que exiliarse a regañadientes por ello, y además, cargando con un pijo inútil que se ahogaba en su propio moco; y, por si fuera poco, ahora venía Tío Gallo a tocarle las pelotas. Lo mejor era que aún no sabía quién cojones era Tío Gallo; ser el último mono en enterarse de todo era una costumbre difícil de perder, incluso fuera de Oneira.

—Mira, Osla... —intentó por la vía del razonamiento—, no quiero problemas. Estoy de paso, y ya me iba. Te aseguro que no voy a quedarme aquí más tiempo del necesario.

—Es extraño que alguien que solo —enfatizó la palabra— está de paso se tome tantas molestias en hacerse notar cuando ha llegado. Muy extraño.

Leo arrugó el ceño.

—Sé que has estado enviando a tu amigo Blay —continuó ella— a varios puntos de la ciudad para que nos quedara bien claro que los Norvoa habían llegado a Moscosa. Querías llamar la atención de Tío Gallo, y lo has conseguido. Ahora resolvamos esto de la mejor forma posible.

Cuando Leo cruzó de nuevo la mirada con Blay, éste pareció reducirse a la mitad de su tamaño.

—L-lo si-si-siento... —articuló en una especie de mueca; se iba a echar a llorar otra vez en cualquier momento.

FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora