Capítulo 17

1 0 0
                                    

Honorid aceleró el paso; si no apretaba, se lo perdería. Y no quería perderse al coronel por nada del mundo.

Llegó a la Plaza del Obrero a toda prisa, abarrotada de darmeses —y periféricos— que, a esas horas de la tarde, ya habían terminado su turno y se agolpaban entorno a la Vía del Buen Ánimo, camino a la estación de tren para volver a casa. Aunque Honor pudo apreciar que muchos de ellos no se dirigían calle arriba, sino que se desviaban hacia la plazoleta, siguiendo el mismo recorrido que estaba haciendo él. Al parecer, se había corrido la voz bastante rápido.

Unos cuantos empujones le bastaron para posicionarse en las primeras filas; quería verlo de cerca. Toda una masa de gente se congregaba en un círculo imperfecto entorno a la estatua ecuestre del general Tundra, el famoso liberador. Y allí mismo, subido al pedestal centenario de piedra y bronce, se encontraba él. Erguido y resplandeciente, vestido con ropa de calle. Como ellos. Ferva era como ellos, y eso lo hacía diferente.

—...que estemos aquí esta tarde —resonaba la voz del coronel por toda la plaza, incluso por encima de los murmullos.

—¿Qué ha dicho? —se dirigió Honor en un susurró a una señora con pañoleta en el pelo que estaba a su lado, codo con codo. Todavía tenía la respiración entrecortada por la carrera que se había dado desde la oficina hasta allí.

—Acaba de empezar —respondió ella sin mirarlo, y le hizo un gesto con la mano para que se callara y le dejara oír.

La plaza fue quedándose en silencio como una sala de cine que ya está viendo los créditos en pantalla.

—Todos nosotros somos importantes —siguió Ferva—. Todos y cada uno de los que salimos de Acis para servir a este país, desde el general condecorado hasta el joven cadete. Pero seamos sinceros: sin vosotros, todo esto no sería posible. Sin todos vosotros —enfatizó señalando—, la revolución no quedaría más que en una simple utopía. Y lo estamos consiguiendo. Lo estáis consiguiendo.

»Deshollinadores, operarios y operarias de cadena, chóferes, amas de casa, burócratas... sois la fuerza que mueve este país hacia delante, hacia la prosperidad. Ni políticos, ni militares —se llevó la mano al pecho con humildad—, ni siquiera nuestro admirado Conde; nadie es capaz de cambiar las cosas como vosotros. Estáis haciendo Historia.

Las cabezas asentían y se erguían orgullosas mientras escuchaban el discurso atentamente. Honor lo miraba embelesado; el coronel sería unos diez años menor que él, pero qué forma de hablar. Vaya porte y vaya redaños que tenía ese muchacho.

—¿Y sabéis por qué? —siguió; se rio como si acabara de hacerse un chiste a sí mismo—. ¡Pues claro que lo sabéis! Porque os levantáis día tras día al amanecer para cumplir con vuestro deber; porque seguís alimentando a vuestros hijos a pesar de la escasez; porque seguís cuidando del enfermo a falta de poder pagarle a un sanador. Porque, a pesar de todo, seguís. Seguís trabajando, seguís luchando, seguís mejorando este país. Siempre seguís. Con o sin dones, pero seguís ahí.

Algunos aplausos se arrancaron por el fondo junto a exclamaciones de aprobación. El coronel esperó para continuar hasta que el silencio volvió a reinar en la plaza.

—Tengo la suerte de poder decir bien alto que nací en Conantes, en la otra orilla del Rania —Más gritos de orgullo de algunos que debían ser paisanos—. Mi padre era granjero; cuatro de mis seis hermanos lo son hoy en día. A él no solo le debemos nuestro apellido, sino también el valor del trabajo duro, la humildad y el coraje; todos sabéis bien de lo que hablo. Nadie nos ha regalado nada, nunca. Dejadme que os pida algo: aceptadme en vuestra filas. Quiero ser uno de vosotros.

—¡Ya eres uno de nosotros! —gritó Honor desde su sitio, sin poder resistirse.

Un tropel de voces de aprobación le hicieron coro. El coronel Ferva lo localizó con la mirada y le sonrió como un amigo. A él; le había sonreído a él.

—¿Sabéis qué significa la palabra «soma»? Viene de la lengua antigua, y quiere decir «cuerpo». Los ignorantes lo usan como un insulto, como si solo fuéramos eso: un cuerpo, una fuerza de trabajo, que no piensa ni siente. Pero yo siempre me he sentido muy orgulloso de ser un soma, ¿y sabéis por qué? Porque soy un «cuerpo» que ha conseguido todo lo que tiene con el sudor de su frente.

La euforia se extendió a voz en grito por toda la plaza.

—Este país necesita cimientos fuertes sobre los que renacer. Y ésos somos nosotros, la fuerza motriz que lo ha empujado siempre.

Algunos habían empezado a corear su nombre.

—Este país —elevó la voz por encima de los cánticos— necesita que le enseñemos de qué somos capaces. Todos y cada uno de nosotros. ¡Hagámoslo!

—¡Sí!

—¡Hagámoslo! ¡Somos la fuerza!

—¡Viva Ferva!

—¡Viva nuestro coronel! —gritó Honor en medio de la muchedumbre embravecida.

—¡Viva! —gritaban a destiempo, desgañitándose.

—¡Hagámoslo por este país! —siguió Ferva—. ¡Nos necesita más que nunca! Y estoy dispuesto a dirigir a todo aquél que quiera demostrar su valor, sea granjero, obrero o telefonista. Sea niño o anciano. Aquí estoy para serviros; para guiarnos.

Los aplausos eran masivos. Incluso las lágrimas se habían saltado en llantos de alegría. El coronel era lo que tantos habían esperado durante tanto tiempo. Una suerte que el dux contara con su ayuda; Honorid lo había votado por eso. ¿Qué más le daba a él si volvían los tiempo de «gloria y dones», como el dux decía? Honor había perdido los dones en su familia desde hacía más de tres generaciones; le quedaban muy lejos, demasiado como para reconocer como propia esa famosa gloria. Él quería un sueldo que correspondiera a su esfuerzo, unos servicios sociales que le permitieran vivir con dignidad. Eso era lo que él quería, lo que todos los allí presentes anhelaban: dignidad. Y Ferva era su mesías.

—Necesito voluntarios. Juntos crearemos una Darma más fuerte, más unida y más justa. ¡Todos y cada uno de nosotros!

FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora