Capítulo 2 (I)

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La explosión de color iluminó el cielo nocturno y dibujó en él palmeras arcoíris.

Las pupilas de René se encendieron con los miles de destellos que se derramaban sobre su balcón. Fuegos artificiales y champán frente a la gran y nocturna Darma; era su parte favorita de la fiesta. O eso pensaba hasta que conoció a Ros.

Unos dedos juguetones recorrieron su pecho y bajaron hasta la cintura, y un poco más abajo. Sintió un beso cálido en el hombro desnudo; luego en el cuello. Se estremeció a un lado cuando llegó al lóbulo de la oreja.

Ros interceptó sus labios al darse la vuelta; después robó su copa de champán y apuró el contenido.

—¿Por qué no vuelves a la cama?

—Quería ver los fuegos —respondió René enredando una de sus manos en la espesa mata oscura de su amante.

—Yo puedo darte fuego, si eso es lo que quieres —sonrió pícaro y volvió a besarla—. Todavía queda mucha fiesta por delante.

Ella se quedó mirándolo a los ojos, aquellos ojos pardos y enormes colmados de osadía, mientras seguía acariciándole la cabeza con ternura. Ros era el Cielo en la Tierra. Diecinueve años, un bollito horneándose aún en la Academia. Desencantado con las chicas y comenzando a experimentar con los chicos; en secreto, por supuesto. Atrevido y juguetón, inconsciente al fin y al cabo. La inocencia hecha Adonis.

—En realidad, deberías volver pronto al barracón. No me gustaría que te penalizasen otra vez por mi culpa.

—Tranquilo —dijo Ros despreocupado, posando la copa vacía sobre el apoyo de la barandilla—, todavía puedo quedarme un rato más. El recuento no es hasta las cuatro.

—¿Has estado pensando en lo que hablamos?

El estruendo de la segunda tanda de fuegos artificiales rellenó un breve silencio incómodo. Los ojos de Ros volvieron a enfocar los suyos, pero esta vez ya no había socarronería en ellos. Aun así, seguía amarrado a su cintura.

—Sí.

—¿Y...?

Hubo otro silencio. Ros se mordió el labio inferior, y ella no pudo evitar desviar la mirada hacia su boca.

—No es fácil.

—Yo lo veo bastante fácil —respondió René enseguida, y se sorprendió por lo aguda que había escuchado su voz; carraspeó—. Sobre todo para ti. Sería un cambio enorme, Ros. Se acabaron los barracones, las duchas frías y las noches de guardia.

—No es solo eso. También tengo compañeros allí.

—Que seguirían siendo tus compañeros —dijo dándole un sueve toque en la nariz—. Solo que tú habrías ascendido un pequeño escalón. Y además —sus labios rozaron los del muchacho—, tú y yo estaríamos más cerca. Mucho más cerca. En realidad, todo sería más fácil.

Ros apretó su abrazo y se dejó llevar por el beso. Cuando se miraron de nuevo, tenía dibujada una media sonrisa.

—Tú lo que quieres es utilizarme para tu tesis.

René sonrió enseñando su hilera de dientes perfectos.

—Ponte el traje blanco, y todos saldremos ganando.

En ese momento retumbó de nuevo el cielo. Se oyeron gritos en el piso de abajo. René levantó el mentón hacia la noche; no habían sido los fuegos. Se separó de Ros y asomó la cabeza por el balcón con cuidado, y entonces pudo ver los furgones aparcados en la entrada de la casa. Dos furgones que hace un momento no estaban ahí.

Ros apareció a su espalda, asomándose también.

—Vístete, ¡rápido! —le ordenó René.

De repente pareció que el tiempo se ralentizaba. Mientras atinaban a enfundarse el traje a toda prisa, los gritos en el piso de abajo siguieron poniéndole a René los pelos de punta. Una voz de hombre se alzó por encima de la algarabía, un agente de la Guardia que exigía silencio. Pronto se dejaron notar los pasos apresurados en la escalera del final del pasillo.

—¿Son ellos? —preguntó Ros calzándose el último zapato.

—¡Fuera! ¡Sal, vete!

Pero ambos sabían que eso ya era imposible. René dio un respingo cuando escuchó los golpes en la puerta.

—Les habla la Sacra Guardia. Abran y dejen las manos al alcance de la vista.

René se abalanzó sobre la cama y empezó a estirar las sábanas en un intento desesperado por aparentar que ahí no había pasado nada. Ros se había quedado paralizado en medio de la habitación mirando hacia la puerta, dándole la espalda.

—¡Ayúdame, joder! —dijo procurando no elevar demasiado la voz.

Pero el muchacho solo se giró con parsimonia con los labios apretados. Su expresión había cambiado por completo, ya no parecía un niño asustado. Ella sintió un escalofrío en la nuca cuando lo miró a los ojos.

—Lo siento, Ren...

—¡Abran a la Sacra Guardia! ¡Último aviso!

René abrió la boca para decir algo, pero se dio cuenta de que se había quedado sin nada que decir a eso. El muy desgraciado se la había jugado; pero no podía culparlo a él. La idiota había sido ella por no haberse dado cuenta antes. Por haberse confiado. Ros clavó la mirada en el suelo, avergonzado, y se alejó hacia el balcón para quedarse al margen. ¿Cuánto le habrían pagado?

—Señor Rodel —se oyó desde el otro lado, pero esta vez era una voz diferente, de alguien más joven—, al habla el coronel Ferva. Sabemos que está ahí dentro. Preferiría que abriera usted la puerta antes que verme obligado a ordenar a mis hombres que la tiren abajo. Tiene una casa muy bonita, Rodel, y muy cara. Sería una auténtica pena.

—¿Por qué irrumpen en mi casa, en mitad de mi fiesta? —René procuró parecer firme, aunque la voz estuviera a punto de quebrársele. Aquella pregunta era estúpida, pero quiso ganar algo de tiempo para pensar—. ¿Tienen una orden?

—Por supuesto. Tenemos una orden de detención contra usted.

—¿Está al tanto de esto el coronel Rodel?

—El coronel Rodel —respondió el oficial, y pareció tomarse su tiempo, como si disfrutara cada palabra— ha sido destituido.

René sintió cómo se le aflojaban las rodillas, y tuvo quehacer esfuerzos para no dejarlas clavadas en el suelo. El estómago se le había subido a la garganta, y apenas pudo tragar. Siempre había temido que llegara aquel día, y por ello había tomado todas las precauciones que había podido. O eso creía ella. Cuando su padre le advirtió de que las cosas estaban cambiando demasiado rápido no quiso creerle. «No pueden hacerlo», le respondió, «Templanza es una institución democrática». Qué equivocada estaba entonces. Dio un paso al frente, en dirección a la puerta, pero tuvo que detenerse. Le faltaba el aire. 


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DRAMATIS PERSONAE: RENÉ RODEL

DRAMATIS PERSONAE: RENÉ RODEL

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FILII LUCIS (1): La Búsqueda (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora